(Escrito en primera persona por Marta, con algunos añadidos de Andreu)
En el estudio de los mitos y relatos épicos de decenas de culturas de todo el mundo, el antropólogo Joseph Campbell se dio cuenta de que muchos de estos relatos compartían una estructura y desarrollo, al que llamó "el viaje del héroe" o monomito.
Muy resumida, esta estructura sería así: el héroe recibe la llamada para embarcar en un viaje, una llamada que a menudo desoye o rechaza. Cuando finalmente se compromete y emprende la búsqueda, aparecen guías, maestros o alguna ayuda sobrenatural, que le dará fuerzas más allá de sus capacidades. Entonces empiezan las pruebas y dificultades, como los trabajos de Hércules o las aventuras de Ulises en su regreso a Ítaca. Después de diversas pruebas y encuentros, el héroe obtiene un don, un objeto físico (simbólico) o un conocimiento, que deberá traer de vuelta para hacer partícipes de ello a sus semejantes y efectuar una renovación de lo que se considera el mundo ordinario. A veces el héroe no quiere volver, porque resulta muy difícil hacer encajar en el mundo ordinario eso que ha aprendido y la persona en la que se ha transformado, como les resultó difícil a Jesús y al Buda traducir sus enseñanzas trascendentales y ser comprendidos por sus semejantes. Pero el héroe finalmente vuelve, porque es un héroe.
Cuando conocí a Sonja, el viaje del héroe es lo primero que acudió a mi mente, y sobre todo esa última parte, de la que no se suele hablar tanto en las historias. ¿Cómo regresa el héroe después al mundo ordinario, tras todo lo que ha pasado? ¿Cómo le entrega su don a sus semejantes, cuando la mayoría de ellos no lo perciben como un don, creen que el héroe está loco y no quieren saber nada?
Conocimos a Sonja y a Antonio hace dos semanas en una fiesta en Málaga. La casualidad nos reunió. Yo llevaba puesta la chaqueta de un festival al que fuimos este verano, contra todo sentido común porque hacía demasiado calor para esa chaqueta. Pero me empeñé porque quería fardar, básicamente. Y qué suerte que me empeñara, porque Sonja se acercó a hablar conmigo gracias a ella. Las dos éramos fans de ese festival y de los mismos djs.
Junto con otros dos amigos, pasamos toda la noche juntos, bailando y hablando. Había mucho de lo que hablar y poco tiempo, porque nuestro tren se iba a las 9 de la mañana, justo después de la fiesta. Intentamos aprovechar el tiempo que teníamos al máximo, ¡teníamos tanto en común!, pero no se puede resumir una vida en seis horas, así que nos dimos los números y continuamos hablando a lo largo de las siguientes semanas. Fue amistad a primera vista.
El viernes pasado me llamó Sonja. Se le había ocurrido que Antonio y ella podían coger el coche desde Sevilla esa noche y llegar a Valencia por la mañana para desayunar con nosotros. No podía decirle nada a Andreu, sería una sorpresa. Acepté, aunque no sin nervios y un poco de ansiedad. ¿Estábamos yendo demasiado rápido con esta gente que conocíamos de una noche en una fiesta?
Justamente la tarde del viernes había estado hablando con Andreu de que son las sorpresas, los viajes inesperados y los encuentros fortuitos los que después nos da más placer recordar, lo que se queda grabado más vivamente en nuestra memoria. ¡Qué casualidad!
Para preparar un poco la llegada de nuestros invitados, simulé que me daba un ataque de "esta casa está demasiado sucia" y me puse a limpiar. A Andreu no le extrañó demasiado porque de vez en cuando me dan estos ataques. A las siete de la mañana del sábado y todavía con legañas, estábamos cambiando las sábanas de la cama de invitados (que es la cama de los gatos cuando no hay invitados), preparando un porridge gigante (Andreu no tenía hambre, pero yo insistí en que me lo comería sola) y recogiendo en general la casa.
A las ocho y algo llamaron al timbre. Lo cogí yo. "Uy, un repartidor de Amazon a estas horas. ¿Esperas algo? Baja tú a ver qué es". Se encontraron a mitad camino en las escaleras y Andreu casi se cae de culo, la sorpresa fue mayúscula, y las risas probablemente despertaron a más de un vecino.
Así fue como empezó nuestro fin de semana. Después de desayunar juntos y dar una vuelta por el mercado, descansar un poco (habían conducido toda la noche) y comer, subimos a Calles, el pueblo de Andreu, a hacer nuestra ruta psicodélica. Amenazaban lluvias torrenciales, y yo el viernes le había dicho a Sonja que si llovía no íbamos a poder hacer esa ruta, pero decidió arriesgarse. Si no hacía buen tiempo, pasaríamos la tarde en casa simplemente charlando.
Al final, como suele pasar, no llovió, pero sí hubo unas nubes espectaculares, grandes y esponjosas, y un atardecer inigualable. A veces hay que tomar la decisión de hacer algo para que el tiempo te acompañe.
Mientras Andreu y Antonio hablaban de sus intereses en común, que eran muchos y variados, Sonja y yo hablábamos de lo mejor y lo peor que había hecho en su vida: el PCT.
El PCT, Pacific Crest Trail, Sendero de la Cresta del Pacífico, es una senda que recorre las montañas desde la frontera de México hasta la de Canadá, 4286 kilómetros a través de naturaleza salvaje y virgen, en la que puedes pasar días sin ver una sola persona, una sola infraestructura u otra señal de la existencia humana. Es una senda ardua, muy dura, que te lleva al límite tanto mental y emocional como físico. Apenas un cuarto de las personas que lo empiezan lo completan.
Sonja había vuelto del PCT hacía ya unos dos meses y todavía tenía las piernas llenas de arañazos, y por supuesto tenía cicatrices que se quedarían para toda la vida. Había estado caminando unos cuarenta kilómetros cada día, todos los días, con una mochila de 8 kilos de la que dependía absolutamente para sobrevivir, durante casi cinco meses.
El camino no era solo arduo, sino también peligroso. La sierra Nevada, especialmente, suponía caminar siguiendo un camino que la nieve había ocultado totalmente, subiendo y bajando cordilleras, con precipicios a un lado y a otro. Un paso en falso podía suponer hundirse hasta la cabeza o más en la nieve: lo sabía porque le había pasado en dos ocasiones, y solo gracias a su compañero de travesía había podido salir. Y el frío, y tener la ropa mojada o congelada todo el tiempo, depender de la botella de camping gas para poder secar los calcetines y volver a ponérselos. Tres semanas en la nieve, sin poder pararse a descansar porque tenía que llegar al otro lado para poder reponer víveres y sobrevivir.
Además, Sonja descubrió que tenía un pánico hasta entonces desconocido a morir de frío o enterrada por un alud. Un miedo normal y saludable era lo que tenían sus compañeros, pero a ella se le acrecentaba porque su madre, cuando era jovencita, había estado a punto de morir en los Alpes, y la salvó la suerte en forma de un guía que la vio rodar ladera abajo por la montaña. La Sierra fue muy dura para Sonja a nivel físico, pero sobre todo a nivel emocional.
El camino también era a veces descorazonador. Un trecho del PCT se había quemado en aquellos incendios terribles que hubo hace un año, y tuvieron que caminar durante tres días por tierra muerta, a veces tan muerta que era ceniza. Los nativos americanos tenían la costumbre de realizar fuegos controlados para evitar que un gran incendio arrasara con todo, pero esa costumbre había sido prohibida por los que ahora controlan el país, con resultados como el que vio Sonja. Durante tres días, más de cien kilómetros, no vio ningún insecto, no oyó el canto de ningún pájaro. Era como estar en Marte.
¡Y ser mujer durante todo este periplo! Cuando la menstruación llega, no puedes hacer otra cosa que rendirte a ella. Para algunas de nosotras es más fácil, pero para otras supone estar tendida en la cama durante todo el día. Sonja es de las segundas. En el PCT cada cierto tiempo encuentras poblados, te ayudan personas, los "ángeles del camino", que te abren su casa y te preparan una buena comida... pero en mitad de la nieve y con la presión de tener que llegar al otro lado porque se acaban los suministros, no podía pasarse el día metida en la tienda. Tuvo que caminar con dolor aún muchos kilómetros. De no ser por su compañero de camino, hubo varios momentos en los que Sonja estaba segura de que no hubiera sobrevivido.
Pero el PCT también es hermoso, transformador, vivificante. Es una naturaleza salvaje como no la conocemos en Europa, donde hemos domesticado cada palmo de tierra. Sonja lo describía como que abrías el pecho y respirabas un aire más puro que el que habías respirado nunca. Era la libertad auténtica que se dice que sientes en Estados Unidos.
El PCT tiene muchos dones y regalos para ofrecer a cambio de las dificultades vividas, o gracias a ellas. El PCT te enseña humildad: eres un mamífero más, dependes de la naturaleza y de otras personas para sobrevivir. Te enseña que todos los humanos somos, en el fondo, lo mismo. Da igual que tu compañero de camino sea terraplanista o vote a Trump; al final tenéis que compartir penurias, comida, agua. Os ayudáis a cruzar un río (los puentes son un lujo de la civilización), cocináis juntos, os curáis las heridas, os dais cualquier cosa que le falte al otro. Y si hace frío y hay riesgo de hipotermia, os metéis juntos en el mismo saco y os olvidáis de remilgos.
Te enseña una actitud de "zero fucks given", que decía Sonja. "No me importa una mierda" sería una traducción aproximada. Si huelo mal, si no me he depilado, si no he podido bañarme en días o semanas, si voy hecha unos zorros, si tengo que mear aquí a medio metro del camino, cuando la alternativa socialmente adecuada sería ir detrás de la colina para que nadie me vea el culo...
Te enseña dónde están tus límites, en qué te has sobrevalorado y en qué te has infravalorado. Te enseña que eres capaz de soportar mucho más de lo que crees (o menos). Te enseña sobre el frío, el hambre, el dolor, sobre tu propia mente.
Todos los que emprenden el camino del PCT lo hacen por una razón, para descubrir algo, para entender algo sobre sí mismos o sobre el mundo. Igual que el viaje del héroe, el PCT es una aventura de autoconocimiento. Sonja también lo había emprendido por un motivo, que no compartiré aquí porque es demasiado íntimo, pero lo que descubrió le ha ayudado a volver a sentir la chispa de la vida que había perdido.
Te enseña gratitud: dependes de tanto ahí fuera para sobrevivir. De una red de millones de personas que han contribuido a crear el equipo que llevas, la comida que comes, el GPS con el que te comunicas cuando llega, milagrosamente, un instante de cobertura cada cuatro días. Y, en última instancia, de la naturaleza, que es la que ha provisto de toda esa comida, todos esos materiales, todo lo que sustenta la vida humana.
Y esa gratitud se multiplica aún más cuando llegas a algo que se parece la civilización y disfrutas de agua que sale por el grifo y no tienes que encontrar y potabilizar, de un baño caliente, de la posibilidad de llamar a personas que están a miles de kilómetros de distancia, ¡de aguacates! Aguacates en Oregón, donde el cultivo estrella es el lúpulo. El esfuerzo que incontables generaciones han hecho para que tengamos estos milagros y comodidades que no valoramos.
Pero quizá la lección más profunda sea la de comunión con todo lo que nos rodea, la comprensión de que todos somos hijos de una misma Tierra y, como hijos, debemos respetarla y cuidarla. No hay nada más importante que eso.
Me contaba Sonja que muchos senderistas no habían podido volver a integrarse en el mundo ordinario y que solo podían relacionarse con otras personas que habían hecho el PCT. El PCT cambia profundamente tu mirada y te hace partícipe de lo sagrada que es la vida, de que no podemos reemplazar un árbol por otro, igual que no podemos reemplazar un perro por otro, una persona por otra. La vida no son números, no es un recurso explotable. Incluso si encontramos la manera de revertir gran parte del daño ocasionado por la crisis climática, el daño ya estará hecho. Los ecosistemas sufren, las especies se extinguen, las personas perdemos la conexión con nuestro medio y nos vamos digitalizando y abstrayendo más y más. La vida tiene valor por sí misma y ese valor no es cuantificable; no podemos ponerle números a la pérdida que es la contaminación de un río, la desaparición de la vida marina a causa de la sobreexplotación pesquera, las "parcelas de explotación agraria" que quema un incendio.
Charles Eisenstein, un pensador extraordinario y multidisciplinar, dice que su miedo no es que no sobrevivamos a la crisis climática, porque no cree que sea eso lo que vaya a pasar; su miedo es que encontremos la manera de continuar explotando el planeta de tal forma que podamos sobrevivir, pero hayamos despojado a la Tierra de todo lo que la hace sagrada. Desalaremos el agua de mar, cultivaremos en hidropónico y haremos todo tipo de ajustes en vez de cuidar lo que ya hay e intentar no solo preservarlo, sino regenerarlo.
No solo despojaremos a la naturaleza de su grandeza, sino que nos la arrebataremos a nosotros mismos, porque también nosotros somos naturaleza. Y Sonja, con esta consciencia y autenticidad, desprende esa misma grandeza que muchos hemos perdido al adaptarnos y empequeñecernos para caber en el modelo de esta sociedad.
El PCT te enseña, sobre todo, que tu vida a partir de ese momento solo puede estar alineada con la vida, y ya no tiene sentido para ti seguir haciendo como que no pasa nada, viviendo en el modelo de "business as usual". La vida no va de trabajar para ganar un sueldo para conseguir estabilidad material y diversiones en el tiempo libre. La vida va de dar lo mejor de ti en servicio de algo más grande, y esto tiene múltiples manifestaciones y está al alcance de cualquiera, no solo de los más privilegiados (aunque, sin duda, Andreu y yo nos sentimos parte de los privilegiados).
Sonja y yo conectamos porque también yo siento esa llamada, aunque no haya hecho el PCT. No me veo capaz, la verdad. Sonja es una tía fuerte, deportista, nadadora, acostumbrada al entrenamiento de resistencia, y para mí el Camino de Santiago ya es un reto. Quién sabe, pero creo que nuestro camino, el camino de Andreu y mío, no es ese.
La heroína de esta historia, Sonja, vuelve del PCT con el don de la comprensión de esta verdad última. ¿Cómo la puede compartir con sus semejantes? ¿Cómo puede vivir en el mundo ordinario y seguir haciendo como que no pasa nada, mientras más y más cosas irremplazables se pierden?
Esta parte del viaje del héroe es muy difícil. El mundo ordinario no es el mundo real, es el mundo de la "realidad consensuada", de lo que hemos determinado que es lo normal, natural y necesario, pero no es más que una historia. Una historia que compartimos casi todos, creyéndonos más o menos pedazos de ella, ocupando un rol más o menos cómodo para nosotros, pero sin cuestionarla en voz alta porque causamos incomodidad, miedo, rechazo, culpa.
Me inspira la fortaleza de Sonja, su actitud de "zero fucks given", su autenticidad. Su necesidad de ser verdadera y respetarse a sí misma, decir siempre la verdad. En el camino no hay mentiras, todo está expuesto a la clara luz del sol, porque si no no sobrevives.
Sonja lleva dos meses de vuelta en este "mundo irreal" y aún no sabe muy bien qué cariz va a tomar su vida, cómo va a comunicar este don a la sociedad, pero estoy segura de que logrará hacerlo. Su brújula interna está alineada hacia el norte verdadero, el servicio de la vida. Solo tiene que mirar hacia dentro y recordar por lo que ha pasado. Eso, y que no está sola.
Gracias, Sonja y Antonio, por este regalo de venir a vernos y compartir con nosotros vuestra esencia, vuestros miedos, vuestras esperanzas, después de tan solo seis horas bailando juntos en una discoteca en Málaga. Nos sentimos profundamente agradecidos y conmovidos por vuestra brillante presencia este fin de semana.
https://youtu.be/uaO_0jv3X38
La experiencia vivida creo que es un prueba más de lo que se explica en esta teoría científica Gaia Orgánica.
Como humanos nos hemos alejado del sentir de la Tierra, y cuando logramos conectar...no hay marcha atrás.
Necesitamos alejarnos de teorías que ponen al ser humano en un lugar central ..que no le corresponde, y apoyarnos en otro tipo de relaciones como la colaboración ya predominantes entre los seres vivos. Gracias por vuestros posts!