Llevamos unas semanas más tensos que Doraemon en un control de aduanas. Prácticamente todos los días tenemos alguna discusión por una cosa o por otra.
Esto de dejar nuestro hogar es una sensación agridulce. Sentimos como los nervios de preparar una boda, porque queremos que todo salga bien, mezclados con la tristeza de un funeral, por el luto de dejar el lugar donde han pasado tantas cosas maravillosas.
Para quien no lo sepa, en junio dejamos Valencia y nos vamos con la furgo a visitar ecoaldeas y comunidades regenerativas, a trabajar como voluntarios y aprender de otros proyectos. Dejamos nuestra casa, en la que hemos vivido ocho años, y soltamos el tener un lugar fijo a donde ir. Estaremos al menos dos años fuera, probablemente más, yendo y viniendo por Europa y quizá también Centroamérica y Sudamérica. Un cambio enorme en muchos sentidos: laboral, vital, social...
Lo que sigue es la carta de Andreu a sus padres sobre nuestras razones para irnos y todos los miedos que nos están surgiendo estos meses. Esperamos que pueda servir a alguien que nos lea para mirar también en su interior y descubrir las razones profundas de lo que está haciendo o quiere hacer (o lo que aún no se atreve a hacer).
Hace unos días fui a cenar con mis padres, como suelo hacer cada semana.
La mayoría de las veces no tenemos conversaciones trascendentales, pero esta vez, quizá porque había ido más temprano y estábamos preparando la cena sin prisa, surgió un tema que llevaba bastante tiempo silenciado.
¿Por qué os vais?, me preguntó mi madre.
Era una pregunta sencilla, pero al intentar responderla se me hizo bola.
Le di toda una retahíla de razones: que no nos gusta la ciudad, que aquí solo podemos gastar y consumir, hay demasiados estímulos y nos sentimos abrumados… El campo, en cambio, siempre nos da energía, reconectamos con nosotros mismos, nuestro humor mejora cuando tocamos la tierra…
Le di también las razones que me doy a mí mismo cuando tengo dudas: que nunca va a ser el mejor momento para hacerlo, que el precio de no dar el paso es más alto que el de darlo, que si no lo hacemos ahora, ¿cuándo?, que lo que podría haber sido nos pesaría toda la vida…
Mientras me escuchaba a mí mismo, sentía los motivos vacíos e insuficientes, no sé si por la cara de mi madre o porque nunca había intentado convencer a nadie de que esto era una buena idea.
La sensación que tuve fue como si, en el fondo, estuviera huyendo de algo, cambiando un lugar por otro. Como si me hubiera cansado de estar aquí y lo que quería era simplemente un cambio.
Se suele decir lo de que "No hay mejor allí que aquí". Los problemas no mejoran aunque te muevas a otro lugar, siempre se van contigo, y lo que crees que puedes solucionar allí en realidad puedes solucionarlo aquí y ahora.
Entonces me quedé pensando ¿realmente estoy huyendo?, ¿quiero dejar todo esto atrás?, ¿de verdad creo que va a ser mejor allí que aquí?
No, de hecho, en muchos sentidos allí va a ser peor que aquí. Dejamos el lujo de poner la calefacción con un botón, darnos una ducha caliente aunque no haya sol, o tirar de la cadena y que salga agua.
Y no son solo los lujos de la civilización lo que dejamos atrás. Aquí en Valencia estamos muy a gusto. Nos encanta nuestra casa, nuestros amigos, nuestros gatos, nuestro trabajo y compañeros de trabajo, nuestra vida. No dejamos algo porque la vida nos haya empujado a ello o porque hayamos dejado de amarlo, nos vamos amándolo, y eso es lo más difícil.
¿Por qué os vais? Volvía la pregunta de mi madre a mi mente una y otra vez. ¿Quién querría irse, teniéndolo aparentemente todo?
Las razones que le di mientras preparábamos la cena no bastaban para responder a esa pregunta. Sonaban débiles, como una excusa. Eran las razones superficiales que me vinieron porque hasta ese momento no me había parado a sentir lo que realmente me movía por dentro.
Llegué a casa, hice una respiración de Wim Hof para centrar la mente, y después de meditar un poco me volví a preguntar porqué. Esto es lo que escribí:
Quiero actuar más acorde a mis valores, que mi atención y mi energía fluyan hacia las cosas que siento que son las correctas. No quiero pasar horas sentado frente a un ordenador dando lo mejor de mí para que el fondo de inversión que compró a mi empresa pueda mostrar beneficios a los accionistas a final de año.
Quiero diseñar espacios sostenibles y resilientes observando e imitando a la naturaleza. Quiero aprender de ella aplicando los principios de la permacultura y la agricultura sintrópica. Quiero valorar, disfrutar y gestionar eficientemente los recursos disponibles en cada lugar.
Quiero sentir que pertenezco a comunidades que apoyan y dan fuerza a estos principios, en las que nos conocemos y realmente queremos lo mejor para el otro porque sentimos que el bien del otro también es el nuestro y estamos todos en el mismo barco.
Quiero poder darle a la naturaleza más de lo que le pido. Quiero ser una fuerza regenerativa, no solo extractiva, y contribuir a que el mundo sea más verde, fértil y consciente. Y, como suele decir Marta (muy fan de Charles Eisenstein), ayudar a crear el “mundo más bello que nuestro corazón sabe que es posible”.
Quiero tener la posibilidad de conectar con otras personas a un nivel que la ciudad, con su ritmo, no me permite. Quiero intercambiar ideas, filosofías y pensamientos con personas que tengan una forma de ver el mundo más parecida a la mía (o totalmente distinta), tener conversaciones profundas y aprender de su sabiduría y sus experiencias.
Quiero aprender de los diferentes lugares que visitemos, poner a prueba mi tolerancia y apertura mental, tener una visión más amplia de las cosas.
Quiero descubrir otras maneras de vivir fuera de la "carrera de la rata" (trabajar duro para poder consumir más, sin tiempo para disfrutar y corriendo sin dirigirnos a ningún sitio). Quiero trabajar en algo que disfrute y que sienta que tiene valor.
Quiero con mis aprendizajes (aciertos y errores) inspirar a otros a vivir una vida más alineada con sus propios valores y deseos.
Y sobre todo, la más importante para mí: quiero soltar el miedo a "no tener", soltar ese aferramiento a la falsa seguridad que me paraliza y me mantiene haciendo lo mismo día tras día, únicamente por miedo. Quiero aprender a confiar en que, pase lo que pase, todo irá bien.
Esas son las razones más profundas que no me había atrevido a mirar. Había demasiado miedo. Tener una casa fija, la estabilidad, la rutina… no son algo que me agobie o me pese, al contrario, siempre me he sentido muy cómodo ahí. Y, sin embargo, una parte de mí estaba empujándome al cambio y yo no sabía por qué.
Nuestro amigo Manu hace poco nos decía que si estábamos sintiendo esta necesidad de cambio, aunque ahora fuera doloroso y difícil, era porque teníamos que evolucionar, y que si nos quedábamos nuestro espíritu iba a resentirse.
Cuando sientes que tienes que moverte, tienes que moverte, decía Manu. Pasarás el duelo y tardará lo que tarde, o incluso vivirás con él, como tantos otros. Pero estarás mejor, estarás más cerca de tu esencia al moverte hacia lo que sientes que es para ti.
Sabemos que no va a ser un camino de rosas. Vamos a echar de menos Valencia, a nuestros amigos y familia, la casa, a los gatos, la ducha de agua caliente…
Pero también sabemos que necesitamos hacerlo. Este viaje nos permitirá crecer, aprender y vivir nuevas experiencias que enriquecerán nuestra vida.
Y sabemos que estaremos bien. Tenemos un montón de personas que nos apoyan, buenas condiciones económicas, salud y energía, ganas de aprender... Y nos tenemos el uno al otro.
Los cambios dan mucho miedo. Cambios como este, que son escogidos voluntariamente, puede que más, porque dejas una vida cómoda por una gran incógnita. Pero si sientes la llamada, solo puedes lanzarte al vacío y esperar que aparezca esa red. Tienes que escuchar a la intuición (y aprender a discernirla de todas las otras voces que se parecen pero no lo son, como cuenta
en ¿Cómo suena la voz de tu intuición?).He escrito esta carta para mis padres, y de paso también para los padres de Marta, que también nos hacen preguntas parecidas, pero sobre todo para mí. Para recordar, cuando vengan el miedo y las dificultadas, por qué hago lo que hago, y confiar.
Y escribo también para quien me lea aquí, esperando que a alguien le inspire a interrogarse y encontrar sus propias razones para moverse o para quedarse donde está. Sus razones auténticas y profundas.
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
Me recordó la conversación que tuve con mi papá hace 10 años cuando le conté que dejaría mi "éxito” profesional, mi máster, mi zona de confort para ir a Chile 🇨🇱 a atender el llamado de mi propósito.
A veces no encontramos palabras para explicar a otros lo que nuestra intuición y alma saben comunicarnos para tomar la decisión que en el fondo sentimos que es la correcta
Me encanta vuestro proyecto y que hayáis decidido seguir la voz del corazón. Claro que no será fácil, pero es lo que vuestra alma os está pidiendo, y si os lo está pidiendo, es porque podéis hacerlo y seguro que os esperan muchos aprendizajes y experiencias emocionantes!.
Me encanta vuestra ilusión, valentía y determinación!.Los preparativos y los nervios previos, son ya parte del camino, por lo tanto, disfrutar todo lo que podáis antes de partir. Para mi, al final es lo mas importante, disfrutar del camino, mas que la meta en si.
Gracias por vuestra generosidad al compartir. 💛
Un abrazo!!!!🥰