El deber del privilegio
El deber del privilegio es la integridad absoluta. (John O'Donnohue)
Somos privilegiados. Tenemos una vida fácil, muy fácil.
Al escribir la newsletter anterior, un amigo nos señaló algo muy certero que habíamos pasado por alto: —“Uno puede renunciar a la seguridad siempre y cuando tenga un colchón para una posible caída”. Nosotros tenemos un piso y pocos gastos u obligaciones, no tenemos una hipoteca, ni tampoco niños, y de momento a nadie a quien cuidar, mientras que hay gente que ni siquiera tiene la certeza de dónde va a dormir esa noche o si va a poder llevarse algo a la boca.
Nuestra perspectiva cuando escribíamos sobre la seguridad y el miedo estaba enfocada en todos aquellos que, como nosotros, ya estamos “a salvo”, que tenemos cierta seguridad. Hay una parte que es objetiva, y otra muy subjetiva: hay gente rica que se siente desposeída y gente pobre que está tranquila con lo que tiene. Es llamativo el caso de monjes que se convierten en ermitaños y dependen solo de que alguien les lleve comida a su cueva. Esa gente confía plenamente en que todo irá bien y se siente segura, aunque en esa situación la mayoría de nosotros nos sentiríamos aterrorizados.
Pero aunque la seguridad sea subjetiva (y muchas veces una ilusión), hay condiciones de vida que son más fáciles que otras. La nuestra es una de ellas. Eso nos lleva a veces a pensar, "¿Quiénes somos nosotros para hablar de cambiar el mundo, si somos los menos afectados por las catástrofes que están sucediendo?" o, como en la newsletter anterior, "¿Cómo podemos hablar de la seguridad y el miedo a perderla si nosotros tenemos más de la que muchos están deseando tener?"
Son buenas preguntas, que merece la pena plantearse, para intentar sacar algo positivo que quizá pueda servirle a otra persona en una situación similar.
Pero antes, definamos un poco ese privilegio que tenemos, para que sepáis desde dónde hablamos.
(Andreu) Yo trabajo en una empresa en la que no me ponen fechas límite de entrega y me puedo tomar las cosas a mi ritmo. Todas las horas que pone en mi contrato no son las horas que trabajo en realidad. Cualquiera que tenga un trabajo creativo sabe que es imposible ser productivo durante ocho horas. En el mejor día, rindo cinco o seis. El ambiente con mis compañeros es fantástico, somos amigos más allá del trabajo y la hora más esperada del día es cuando almuerzo con ellos y nos ponemos a debatir de cualquier cosa. Podría, sin duda, optar por un sueldo mejor en otro trabajo, pero no me imagino unas condiciones mejores.
(Marta) Yo tengo un trabajo a media jornada en una empresa que sé que le hace un bien al mundo, aportando formación para terapeutas y un espacio y grandes profesionales para mejorar la vida de las personas. Me gestiono el trabajo, tengo horarios flexibles y una jefa y compañera con quienes estoy muy a gusto, y las primeras horas de la mañana las puedo dedicar a mí misma y a escribir. Eso, sumado a que Andreu tiene en propiedad la casa y que no gastamos mucho, significa que tenemos tiempo libre y dinero para emprender otros proyectos y para, simplemente, vivir. Es mucho más de lo que pueden decir muchas personas hoy en día. Es un gran privilegio.
Volviendo a las preguntas y replanteándonos cómo hablar de ciertas cosas desde nuestra posición aventajada, nos surgen las siguientes reflexiones:
Por un lado, cuando hablábamos de la seguridad, nuestra perspectiva estaba centrada en nuestra situación personal y en otros en situaciones similares, en todas esas personas que tienen alas para volar y no las utilizan. Personas que tienen la "vida hecha", que no viven en modo supervivencia, pero que aun así se aferran a la necesidad de seguridad.
Esto pasa porque no hay un límite para nuestro deseo de seguridad, porque muchas veces la llamada que en un momento de la vida escuchamos implica soltar algo que nos es cómodo para cambiarlo por la incertidumbre. No salimos de la zona de confort porque lo que podría haber afuera nos da miedo, y creemos que con más seguridad (más dinero, tiempo, conocimientos, etc.) estaremos más seguros, pero pasado cierto punto no es así, solo estamos postergando, desoyendo la llamada. El héroe no emprende su viaje.
Así que, por redondear el argumento de la newsletter anterior, hay quien no tiene ni la seguridad más básica (que a su vez es algo subjetivo) y, por tanto, no tiene sentido aquí hablar de salir de la zona de confort, porque su zona de confort no existe o no es estable, pero para todos los que sí la tengamos, merece la pena preguntarse si no nos estamos aferrando a una seguridad falsa o al miedo, y si ponemos por delante la seguridad, la comodidad y lo conocido, y a cambio nos estamos perdiendo la vida.
Por otra parte, nos hace pensar sobre el privilegio. El privilegio es tener más que otros, estar en cierta parte del mundo, pertenecer a cierto colectivo favorecido o incluso tener un talento que la sociedad actual valora (ser bueno dándole patadas a una pelota es infinitamente más valioso ahora que hace doscientos años). El privilegio es algo que uno debería tener en cuenta para poner sus dones al servicio de los demás.
Lo ilustra muy bien la frase del poeta irlandés John O'Donnohue, "El deber del privilegio es la integridad absoluta".
Para nosotros, nuestro privilegio de ser quienes somos, tener las posesiones, conocimientos, dones y relaciones que tenemos, es lo que nos inspira a intentar devolverle al mundo tanto como podamos.
Otros que solo pueden preocuparse de sobrevivir difícilmente tendrán el tiempo, energía ni disposición para pensar en devolverle al mundo (aunque siempre hay historias de personas entregadas a los demás, incluso en las condiciones más duras).
(Marta) Una amiga lanzaba una pregunta al grupo de colegas el otro día: "¿Si pudierais ser cualquier persona o animal, qué o quién seríais?" Había águilas, ballenas, gatos... El gato resultaba muy tentador, pero algo que yo siempre he querido ser es un aristócrata filántropo. Uno de esos tipos o tipas que no tienen ninguna preocupación económica y montan galas benéficas o financian proyectos que creen que pueden hacer un bien al mundo.
Ser un aristócrata adinerado es el colmo del privilegio, no se puede ascender más en la escala social, y generalmente pensamos mal de esas personas, o al menos las miramos con suspicacia. Sin embargo, no por tener dinero y contactos en las altas esferas uno tiene que ser automáticamente malvado y egoísta (aunque creo que son más en número los "malos" que los "buenos"). Lo mejor que alguien con ese enorme privilegio puede hacer es ser un filántropo y dedicar su riqueza y poder al Bien.
Me sirve de inspiración el origen de NutritionFacts.org, la mejor web sobre nutrición basada en la evidencia científica que conozco. El Dr. Michael Greger pudo crear su sueño gracias al apoyo económico de dos filántropos de la Jesse & Julie Rasch Foundation, y a día de hoy no recibe financiación de ninguna empresa o lobby gracias a los donativos que recibe, no solo de asociaciones sino también de particulares. Gracias a ese dinero, todo el mundo puede acceder gratuitamente a información que puede salvar vidas.
Tener los privilegios que tenemos es lo que nos anima a soltar las ideas convencionales de seguridad y buscar la manera de que nuestra energía pueda servir para crear un mundo mejor. Un primer paso está siendo estudiar la permacultura e intentar integrar sus éticas y principios en nuestra vida (tema para una próxima newsletter, prometido!). Otro es compartir nuestro recorrido, pensando en que quizá otro pueda encontrar algo valioso para su vida.
Aún no sabemos la forma que tomará este impulso, os iremos contando aquí lo que descubramos.
Un abrazo,
Marta y Andreu
PD: Ah, y si tienes cualquier idea o punto de vista diferente que quieras compartir con nosotros, escríbenos un comentario. Agradecemos un montón vuestras aportaciones.