¿Conocéis esa frase de taza optimista, ‘Florece donde fuiste plantado’?
Como aspiración es bonita, pero la realidad a veces está muy lejos.
Florecer no es cosa fácil. Cuando una planta florece y fructifica, extrae una enorme cantidad de nutrientes del suelo. Algunas, las de ciclo corto, incluso empiezan su proceso de muerte.
Las condiciones para florecer tienen que ser las adecuadas. Desde mucho antes, desde la germinación, la planta tiene unas necesidades únicas. Algunas plantas requieren suelos más alcalinos, mientras que otras los prefieren más ácidos. Algunas se las apañan con poca materia orgánica y otras consumen un montón. A algunas les gusta estar al sol y otras prefieren la sombra. Todas se benefician de estar en comunidad, pero cada una debe ocupar su nicho.
Si pensamos que tenemos que florecer donde se nos plantó, sean cuales sean las condiciones, quizá nos estemos exigiendo demasiado, como se les exige a los almendros en Ibiza.
Ibiza está repleta de almendros muertos o moribundos. Los que quedan con algo de vida dejaron de producir hace años. De vez en cuando se ve alguna almendra colgando de sus ramas, y prácticamente todas sus hojas están amarillas. Aunque está acostumbrado a la sequía y al calor, el almendro necesita horas de frío para florecer. Sin ese reposo invernal, se agota.
El algarrobo, en cambio, aguanta lo que le echen. En medio de campos labrados dos o tres veces al año, solo en el paisaje rojo y polvoriento, resiste el calor y no necesita horas de frío. De hecho, le van bien los veranos largos y calurosos para madurar sus vainas. Prospera en zonas donde otros frutales no sobreviven.
Escribimos esto desde la Biblioteca Pública de Santa Eulària. Para llegar hacemos treinta minutos en coche, más otros diez o veinte para aparcar en este pueblo que en verano parece una sucursal de Benidorm: calor, ruido y turistas por todas partes. Aun así, nos compensa venir siempre que podemos. La única pega que tiene es que cierra demasiado pronto.
Nosotros, tenemos que admitirlo, somos más como el almendro que como el algarrobo.
Necesitamos horas de frío, pero no demasiadas, y a ser posible que no hiele. Lluvia, una o dos veces por semana está bien, pero no más o nos deprimimos. Sol primaveral u otoñal, no esta locura hirviente. Comunidad con la que compartir un proyecto y ratitos de ocio, pero también tiempo propio para nuestras cosas. Espacio: una habitación semi-privada o una furgo más grande o una caravana.
Cada cual tiene sus requisitos. Puede que tú seas más como un tomillo silvestre que crece en cualquier grieta. O como un helecho que necesita humedad constante.
A nosotros nos encantaría ser como el algarrobo. Admiramos a esas personas-algarrobo, como Gaia, que trabaja seis horas en el campo por la mañana y otras tres coordinando a los voluntarios por la tarde, y aún tiene energía para salir de fiesta. Querríamos parecernos a esas personas-lagartija, como nuestra amiga María, que no necesitan más que una toalla al sol para estar contentas. Ser personas-ricino, como Silvana, que se adapta a lo que haya y trabaja de lo que haga falta, aquí o allá, siempre con una sonrisa.
El proyecto en el que estamos, la Asociación de Permacultura de las Islas Pitiusas, nos encanta. Hemos aprendido más en dos semanas que en otros proyectos en dos meses. Nos gustaría grabarnos y enseñároslo a fondo, pero nuestra energía está tan bajita que no le haríamos justicia.
En realidad, tampoco somos como el almendro. El almendro es un poco menos exigente que nosotros.
En un compendio de especies útiles para sistemas sintrópicos, ocuparíamos el mismo lugar que el cacao o el café. No los puedes plantar en cualquier sitio, necesitan un terreno fértil, tiempo para desarrollarse y una comunidad arbórea que los proteja y los acoja. Pero cuando tienen esas condiciones, son capaces de dar los frutos más exquisitos.
Quizá nos estemos halagando demasiado comparándonos con el cacao. Pero, mira, a nosotros nos sirve para motivarnos. ¿A quién no le gustaría ser fuente de tanto gozo como el chocolate?
Claro que sería genial ser un rústico algarrobo y al mismo tiempo dar granos de cacao en vez de vainas de algarroba. El chocolate a base de algarroba está bueno, pero el cacao es el cacao.
El cacao es una especie delicada, muy dependiente de condiciones externas. Es difícil aceptar la propia delicadeza, la dependencia. Todos queremos ser esas personas que pueden con todo y que te alegran el día con su mera presencia. Como María y Nacho, dos amigos que han venido a la isla un par de días y nos han enseñado el arte de playear con glamour: neverita, tinto de verano y puesta de sol en el mar.
Ahora que se han ido, el calor vuelve a aturdirnos y a anular nuestras ganas de socializar, de crear, de existir. Vamos a la playa como táctica de supervivencia (con la neverita de corcho que nos regalaron). Las mañanas libres las pasamos en la biblioteca.
Buscamos, dentro de lo que podemos, las condiciones más propicias para nosotros, delicadas plantas de cacao como somos, y aceptamos que no vamos a dar muchos frutos esta temporada.
Y está bien.
Está bien ser resilientes y poder funcionar en las circunstancias más adversas, pero también está bien no serlo, admitirnos cansados, frágiles, necesitados de un entorno diferente. No pasa nada por tener que huir del calor o del frío, de la lluvia o de la sequía. O tener que cambiar de trabajo, alejarse de un lugar que no nos estimula o de un entorno familiar o de amistad que nos asfixia.
No siempre podemos florecer donde hemos sido plantados.
En esto tenemos una ventaja frente a las plantas: podemos movernos. Buscar condiciones mejores y plantarnos en ellas.
Pero cuidado, porque esta búsqueda de las mejores condiciones puede ser una trampa. Si solo buscamos la comodidad y lo seguro, nos estancaremos.
Movernos y volver a plantarnos en otro lugar nos sirve tanto para testear nuestros límites como para volver a la seguridad de lo conocido. En equilibrio, podemos mantenernos en esa zona de aprendizaje, donde estamos un poco incómodos pero no demasiado. Ahí es donde mejor fructificaremos y más dulces serán nuestros frutos.
Creemos que, pese a todo, Ibiza nos está haciendo un poquito más resilientes. Nos está enseñando a tolerar épocas en las que no podemos dar lo mejor de nosotros y a cuidarnos el uno al otro y a nosotros mismos, pase lo que pase.
Esperamos que, estéis donde estéis, encontréis las condiciones más propicias.
Un abrazo,
Andreu y Marta