Idanha-à-Vida, gracias por acogernos
Nos enseña que el cambio no solo es posible, sino también necesario.
Llevamos casi cuatro semanas en Idanha-à-Vida, un proyecto de 1600 hectáreas de regeneración de ecosistemas que está haciendo la transición de un monocultivo de eucalipto a un bosque autóctono (robles, encinas, alcornoques…), al mismo tiempo que ofrece un programa socioeconómico para los habitantes del pueblo y alrededores.
Creíamos que íbamos a aprender mucho de permacultura y rewilding, pero estamos empezando a intuir que lo que va a enseñarnos este viaje es, sobre todo, de nosotros mismos. De nosotros mismos a través de las personas fascinantes que estamos conociendo.
Somos un caso un poco raro de wwoofer (los wwoofers son voluntarios en granjas ecológicas). Somos unos quince años más mayores que el típico voluntario y nos interesa más la parte social y de comunidad que la parte agrícola. Teníamos reservas sobre la idea del voluntariado porque a nuestra edad (Andreu 36 y Marta 33) lo que se espera es que tengas ya la "vida hecha", que te asientes en un lugar y formes una familia. Nos preocupaba no tener la energía suficiente para hacer las tareas que nos pidieran o no encajar con los demás voluntarios y miembros del equipo.
Nuestras preocupaciones eran infundadas, al menos en este primer sitio en que hemos ido a parar, Idanha-à-Vida. Y nos hemos sentido súper acogidos por el equipo. Acogidos e inspirados.
En el día a día tenemos más contacto con Arantza y María, que son las dos chicas encargadas del trabajo y las labores de mantenimiento dentro y fuera del campamento base. También están el equipo de cocina, Andrea y Eva, y Flavio como gestor logístico del proyecto. Hay varios miembros más que se pasan según son necesarios, como nuestro querido Pedro, el mecánico, o Maria Joao, que lleva el círculo de mujeres.
Gente muy interesante, en cuanto escarbas un poco. El otro día, durante la sobremesa, Flavio nos contó un poco de su historia. (Por cierto, "sobremesa" en portugués es como llaman al "postre". Hay demasiados "falsos amigos" entre el portugués y el castellano y tenemos toda una confuçao.)
Su historia empezó con un "yo no soy religioso, pero…", como empiezan muchas buenas historias. Flavio, al llevar la gestión, suele estar en la oficina y lo vemos menos que a los demás, así que no nos habíamos formado una imagen muy clara de él y no teníamos ni idea de por dónde iba a ir la cosa.
Así que Flavio nos dijo que él no era religioso en el sentido estricto pero que creía que las cosas nos sucedían por un motivo. Lo que es para nosotros es fácil y fluye, y lo que no, no. Adquirió esta certeza a raíz de dos momentos clave en su vida.
Flavio había sido militar. Militar de pura cepa, de la marina portuguesa, muy disciplinado y con la típica mente cuadriculada. El caso desde hacía algunos años sentía que le faltaba algo en su vida pero no sabía el qué. Un amigo le invitó a ir al Boom Festival, que precisamente hacen al lado de Idanha, y decidió aceptar, aunque nunca había sido de festivales ni nada parecido. Y el Boom no es cualquier festival, es un festival psicodélico, donde todo el mundo siente la libertad de expresar su parte más excéntrica y muchos no tienen reparos en hacer nudismo. Algo para él impensable entonces.
Cuando vio aquello, algo hizo clic en él. Quiso sentir esa libertad no solo durante los siete días que dura el festival sino por el resto de su vida, y decidió dejar el ejército. Se compraría una furgoneta y viajaría a Croacia con una amiga para montar un puesto de mercado en otro festival, y ya verían después a dónde los llevaba la vida. Cogió las maletas y se fue sin móvil ni nada que lo atara a su vida anterior.
Al cruzar la frontera con Portugal, el motor de la furgo murió. Tuvieron que quedarse en un pueblo fronterizo mientras el mecánico esperaba a recibir unas piezas muy especiales y carísimas que necesitaba para la reparación. No pasa nada, tenían tiempo. Se quedaron hasta que llegaron las piezas —dos semanas de espera—, pagaron la factura y se pusieron en camino otra vez.
Al cabo de cincuenta minutos de carretera, el motor volvió a morir, dejándolos tirados una vez más. Regresaron al mecánico, frustrados y confusos, y este les dijo que lo del motor no tenía solución, que tendrían que comprar uno nuevo. En ese momento decidieron volver a Portugal para dejar allí la furgoneta y coger las bicis. Harían el camino en bici, aunque les llevara más tiempo.
Y menos mal que lo hicieron. En cuanto llegaron al pueblo de Flavio, sus padres le recibieron con lágrimas y gritos de alegría. Había estado allí la policía militar y lo reclamaban. Si no volvía al cuartel ese mismo día, le considerarían desertor y lo empezarían a buscar por todas las fronteras. Al parecer, y aunque cuando formalizó su salida del ejército su teniente le había dicho que estaba todo en orden, se había dejado un papel importante por firmar, y sin él lo consideraban desertor y lo iban a buscar para arrestarlo y meterlo en prisión.
Se había librado por un día. El plazo acababa el mismo día en que regresó a Portugal, frustrado por la furgoneta que se había negado a llevarle más de cien kilómetros.
El segundo momento clave fue cuando atravesaba en bicicleta y solo una de las zonas más aisladas y desérticas de Portugal. Llevaba días sin ver a nadie, ni siquiera una casa, y se le habían acabado la comida y la bebida. Día tras día recorría el páramo baldío en bicicleta. Su entrenamiento militar le obligaba a seguir adelante sin pensar, con el único objetivo de llegar a algún poblado o un lugar donde beber y cobijarse. Dormía al raso, con frío, y pedaleaba por la mañana bajo el calor. El momento en que su mente empezó a flaquear y a coquetear con la desesperación, vislumbró algo en el horizonte. Una casita en la colina y el sonido de agua goteando. Fue al sonido, que era una balsa de agua, y se metió de lleno en ella.
Cuando salió de la balsa, una mujer mayor lo estaba mirando, un poco extrañada pero no hostil. La mujer lo invitó a pasar y le dio de beber y de comer. Le ofreció también un poco de maría que tenía guardada desde hacía años y fumaron juntos. Aquella mujer vivía sola en mitad de la nada con su huerto y su pozo y se pasaba meses sin ver a nadie. Pasaron la noche charlando y al día siguiente Flavio se fue, con la mochila llena de provisiones y el corazón rebosante de confianza.
Sucesos como este, aunque menos dramáticos, se repetían casi a diario para él. Estuvo dos años viviendo sin dinero, pero nunca le faltó nada. Siempre encontraba alguien que le ayudaba, le ofrecía trabajo o le enseñaba algo valioso.
Diez años y muchas aventuras después (entre ellas un par de años de wwoofer también), estaba en Idanha-à-Vida. El puesto que ahora ostenta se lo disputó con otro chico con un currículum similar al suyo. Ambos lideraron un equipo de trabajo durante dos días. Al finalizar la prueba, a ambos les preguntaron si sabían si estaban de vuelta en la base todas las herramientas que se habían usado. El otro chico no supo qué decir y Flavio enseñó una lista exhaustiva de todo lo que se habían llevado y dónde estaba guardado.
La primera parte de su vida como militar no fue un error, sino algo que ayudó a construir el Flavio que es ahora. Y la segunda parte le dio confianza en la vida y en sí mismo.
A veces miramos atrás renegando de ciertas etapas de nuestra vida, pero todas son valiosas. Configuran quienes somos. Flavio nos inspira a abrazar todo lo que fuimos y sobre todo a estar abiertos al cambio, porque la vida es cambio.
Otra gran inspiración es Arantza. Arantza cumplió cincuenta hace un par de semanas. No dirías nunca que tiene esa edad, ni por su aspecto ni por su energía.
Está llena de vida. Te saluda cada mañana con un abrazo y alegría genuina. Lo cual tiene mérito si piensas que ha tenido que levantarse a las seis menos cuarto para llegar a trabajar. Nos encanta verla aparecer en su cochecito cada mañana, con su pequeño contrabando traído de España (el tabaco y el gas son más baratos que en Portugal) y su risa fácil y disposición para arremangarse para cualquier faena.
Está contenta con su trabajo en Idanha-à-Vida, sobre todo después de llevar más de diez años sin trabajar. Ha llevado una vida bastante alternativa antes de que se pusiera de moda todo aquello de los nómadas digitales. Vivía en una furgoneta con su hijo y el padre de su hijo, gastando lo mínimo y viviendo de una pensión de discapacidad que recibía él. Han viajado por todo Oriente Medio hasta llegar a la India y por África hasta la costa de Ghana. En diez años podrían haber recorrido más territorio, pero para ellos lo importante era sentirse parte del lugar, por lo que no pasaban menos de cinco meses en cada país.
Aquella vida viajera le enseñó mucho sobre sus prejuicios. Donde mejor recibida fue y donde se ha quedado su corazón es en Pakistán, especialmente en la zona talibán. Siempre que los veían aparecer, los talibanes les ofrecían cuanto tenían: agua, comida, cobijo, incluso lavarles la ropa. Cuenta que una noche oyó un ruido en la parte de atrás de la furgoneta y vio a un tipo haciendo algo con sus bicis. Al principio pensó que se las estaban robando, pero al fijarse mejor vio que les estaban hinchando las ruedas. Porque sí, sin pedir nada a cambio, ni siquiera el reconocimiento. El colmo de la generosidad. Y si intentaba ofrecer algo a cambio por todas aquellas muestras de hospitalidad, siempre se lo rechazaban. Podían incluso tomarlo como un insulto. Allí la hospitalidad es genuina, no busca el dinero de la persona blanca.
Arantza tiene cientos de historias sobre sus aventuras, y todas, aunque en algunos casos difíciles, siempre tienen un final feliz, porque está de vuelta con todos sus aprendizajes y el corazón expandido.
De signo astrológico es cáncer, y Andreu, que está estudiando estas cosas, le dice que cáncer es "la madre" por excelencia. Y es verdad, siempre está cuidando de que estemos bien, a resguardo de que no nos cortemos con las herramientas, llevemos casco, no nos entren astillas en los ojos.
Algo que nos inspira mucho de ella es que hasta Idanha Arantza nunca había trabajado en el campo. Antes de irse de viaje había currado en una productora de cine en Madrid, pero no le gustaba aquel ambiente. Muchos famosillos, drama y egos inflados. Ella está más a gusto con su motosierra y su 4x4 vintage que no tiene ni cinturón, y se le iluminan los ojos cuando habla de su Berrocal, el área donde llevan dos años interviniendo. Ha podido ver el cambio de un monocultivo de eucaliptos, con el suelo seco y duro, a un lugar cada vez más vivo y diverso. Las pisadas encuentran un suelo mullido y fresco, se escuchan pájaros y surgen espontáneamente especies autóctonas casi olvidadas en aquellos parajes.
Y esto es solo el principio. Su madre se va a llevar una sorpresa cuando vea el nombre de la hippie de su hija en un artículo científico sobre el método de restauración ecológica que están probando allí con tan buenos resultados.
Después de tantos años viajando, se establece y encuentra un lugar donde siente que su trabajo importa. De no saber nada de la vida campestre, a llevar un huerto ecológico y a su equipo en el monte. Arantza también fluye con los cambios que le ofrece la vida.

Y luego está María, que tampoco había trabajado nunca en el campo. Tiene 41 pero un espíritu de duende juguetón. Cuando llegamos el primer día la encontramos en su casa pintando un armazón de yeso con forma de gallina, su gallina cósmica, que se iba a llevar al Boom de ese año.
María ha vivido siempre en Lisboa. Era una urbanita que jamás se pensaba llegar a vivir un día en un sitio así. Antes de Idanha estuvo haciendo todo tipo de trabajos, desde camarera a administrativa, y dice que al principio de llegar le preocupaba estar en medio de ninguna parte, sola y aislada, la única "joven" en un pueblo de 63 habitantes.
Pero descubrió que "en medio de ninguna parte" es donde pasa todo. Cada día aprende algo nuevo. Siempre está conociendo gente (voluntarios y gente que se pasa por el proyecto) que le aporta un montón. Y estando sola y aislada no deja de probar cosas nuevas: el año pasado empezó a fabricar flautas con cañas y ocarinas con barro, ha retomado la pintura, cose mimbre y ahora que hemos llegado nosotros está súper ilusionada con aprender a pinchar. Andreu le está enseñando lo que sabe y todas las tardes nos pide la controladora y practica durante horas. Su objetivo: hacer una sesión para la "sunset party" de la semana que viene.
En Idanha ha aprendido simplicidad. Vive en una casa diminuta con un porche inmenso (todo lo que alcanza su vista). Se ha deshecho de ropa, recuerdos que ya no le recordaban a nada y todo lo que no necesita, que cada vez es menos. No tiene planes ni obligaciones para cada día de la semana, como solíamos tener nosotros en la ciudad. Puede permitirse ir donde le lleve su niña interior a cada momento.
Nos inspiran su pasión y su entrega en cualquier cosa que hace. No le importa llegar a ser la mejor ni le preocupa no hacerlo perfecto. Lo hace y disfruta, y eso es suficiente. En ella se mantienen la curiosidad, el entusiasmo y el eclecticismo de los niños y de los genios.
Arantza y María han aprendido mucho en los dos años que llevan en este proyecto. Lo que más, a confiar en sí mismas. Uno de sus lemas es la famosa frase de Pippi Calzaslargas, "Nunca lo he intentado antes, así que creo que, claramente, debería ser capaz de hacerlo”.
Muchos de los límites que nos ponemos son imaginarios. Mucho de lo que creemos que somos (bueno, más bien todo) es mutable. Estas son algunas de las lecciones que nos llevamos de este mes de estancia en Idanha-à-Vida, un proyecto precioso con unas personas maravillosas.
Otra gran lección, que quizá nos lleve toda la vida aprender, es el desapego. Nos vamos en una semana y vamos a echar de menos los atardeceres llenos de golondrinas, nuestro rincón secreto bajo el puente, la gran encina al borde del camino, el techo de cañas que construimos juntos para la casita de María.
Y sobre todo vamos a echar de menos la sabiduría de Flavio, los abrazos de Arantza, el entusiasmo de María, la paciencia de Pedro enseñándonos portugués, la amabilidad de Andrea (y su leche de avena casera) y la pasión de Eva por la cocina (y sus falafeles).
La tristeza de la despedida se junta con el entusiasmo de un nuevo comienzo. Veremos lo que nos depara el siguiente mes en el siguiente proyecto. Más aprendizajes, seguro!
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
PD: Si no has visto nuestra segunda videoturra en youtube os la dejamos por aqui!
Es realmente fascinante todo lo que compartís y las personas tan maravillosas que sois todos. Definitivamente, nada es permanente, y tener esta certeza te brinda una paz inmediata.
Que bonita historia llena de aprendizajes, y que seres más lindos estáis conociendo ,,, por cierto para nada me parece que seáis muy mayores para el voluntariado , de hecho me parece la edad perfecta :) por cierto donde está exactamente ese proyecto en Portugal? Un abrazo grande y a seguir adelante 💚