La revolución será placentera o no será
La disciplina es muy útil pero, ¿qué pasa con el placer?
Una de las virtudes más elogiadas del siglo XXI es la disciplina, y entre las más denostadas, el hedonismo, la búsqueda de placer.
La disciplina nos permite resistirnos a esas galletas de chocolate que nos esperan en la alacena, a la quinta cerveza de la noche, a engancharnos a ver series en vez de hacer el informe que llevamos atrasado, a darle al botón de instagram y pasar una hora viendo reels…
La disciplina nos aleja de comportamientos que nos dan una gratificación inmediata a cambio de un placer postergado pero más elevado y duradero. Visto así, parece una buena cualidad a desarrollar.
Solo que a veces ese placer que vislumbramos en el futuro no llega nunca, o resulta no ser tan placentero como pensábamos. Nos hemos habituado a negar lo que nos da placer y goce a favor de algo que se supone que es bueno para nosotros: tener éxito en el trabajo, muchos números en la cuenta corriente, encajar socialmente y tener la aprobación de los demás, etc.
Pero ¿y si escucháramos a lo que nos da placer en lugar de estar reprimiéndonos todo el tiempo?
Comportamientos como los atracones de comida, el exceso de alcohol y otras drogas, delitos y abusos hacia otras personas, la obsesión consumista, estar pegados a las pantallas… parece que es lo que nos espera si abandonamos la disciplina y decimos sí al placer ignorando las consecuencias.
Pero esos placeres son muy pobres en comparación con lo que realmente anhelamos, con el placer auténtico que busca nuestro corazón. Ese placer tiene que ver con la satisfacción de nuestros deseos profundos: el deseo de pertenecer, de desarrollar nuestra creatividad, de conectar con los demás y con la naturaleza, de servir al mundo, de jugar.
Como dice nuestro buen amigo Pablo: “Hay que recuperar la seriedad con la que jugábamos de niños”
Compara el placer de comerte unas galletas con el placer de una conversación íntima con alguien que te escucha de verdad. O el placer de salir del centro comercial cargando cuatro bolsas de ropa frente al placer de estar cuidando de un trozo de tierra donde crecen tus alimentos. El placer de escuchar música frente al de crearla con amigos. ¿Qué te llena más?
Esos placeres que nos ofrece la sociedad de consumo son sustitutos pobres de lo que piden nuestras necesidades reales. Por eso nunca hay suficiente y por eso después de experimentarlos nos sentimos peor. El placer de la comida basura se convierte en malestar y culpabilidad, el placer de la estimulación de las pantallas se convierte en agotamiento mental, el placer de los lujos se convierte en sensación de vacío. Y esa sensación de vacío la tapamos con otro sucedáneo que solo consigue distraernos por un tiempo.
Placer vacío tras placer vacío, caemos en un círculo vicioso del que no resulta fácil escapar. La respuesta que se nos ofrece comúnmente es la disciplina. Nos disciplinamos para no entrar en el juego de los placeres mundanos porque sabemos que nos arrastrará a una espiral autodestructiva.
La disciplina nos salva, por un tiempo, pero ¿qué clase de vida llevamos cuando todo lo que hacemos va en contra de nuestros propios deseos? Una vida satisfactoria para ciertas partes de nosotros que valoran el éxito, la seguridad, la paz mental… pero triste y vacía para nuestro niño interior.
¿Y si volviéramos a conectar con el placer, ese placer genuino que viene de las necesidades reales satisfechas, como cuando tienes una conversación estimulante, aprendes a tocar un instrumento, creas un proyecto propio, sientes que tu trabajo importa, juegas con tus hijos, cuidas de las plantas, cocinas con amor…?
No haría falta tanta disciplina porque estaríamos viviendo la vida que queremos vivir. No haría falta fuerza de voluntad para obligarnos a levantarnos temprano para ir a un trabajo que no nos gusta (nos levantaríamos sin esfuerzo para trabajar en lo que sí queremos), resistirnos a coger el móvil (porque instagram no nos engancharía), negarnos esas galletas (es el hambre emocional la que nos las pide) ni refrenarnos de comprar cosas que no necesitamos (ya tenemos en nuestro interior todo lo que nos hace falta).
En esta era triunfa la disciplina porque lo que se considera "éxito" se consigue negando lo que nos da placer, porque para poder llevar una vida "normal" hemos de tolerar jornadas largas y trabajos monótonos a cambio de unas migajas de dinero y un puñado de días de vacaciones en los que, con suerte, seremos finalmente felices. En estas condiciones no es de extrañar que tantos emprendedores quieran hacer mucho dinero para jubilarse lo antes posible (como @Marta Lavanda).
Esa es una posibilidad, desde luego, y una que funciona muy bien para algunas personas. Nosotros estamos eligiendo otra. Lo que estamos explorando con Permaprendices es vivir una vida alternativa. Una vida que a primera vista puede parecer que renuncia al placer (mucho trabajo físico, estar a merced del clima, no disponer de ducha caliente siempre que queremos…), pero que en realidad está alineada con un placer más profundo y genuino. El placer de sentirnos conectados con otras personas y con la naturaleza, de estar desarrollando nuestro propio proyecto, de ver que nuestro esfuerzo ayuda a crear un mundo más bello.
Nuestra manera no será la tuya; hay tantas maneras como personas. Pero para encontrar la tuya propia tienes que aprender a escucharte. Detenerte a pensar si persigues un placer fugaz o llenarte de verdad, y escuchar si es lo mejor que puedes hacer hoy por ti misma/o.
Por ti misma/o significa también por los demás y por el planeta. Lo que genuinamente nos hace felices no es robar, destruir, derrochar, drogarnos, consumir, pelearnos y salir victoriosos; esos “placeres” son solo sucedáneos que no pueden satisfacer nuestras necesidades reales.
Si somos honestos en esta exploración interior, la respuesta siempre va a orientarnos hacia algo que nos llena a un nivel profundo.
Cuando éramos pequeños lo teníamos más claro. Queríamos pintar, ser astronautas, arquitectos o policías, experimentar con la gravedad haciendo volteretas, cocinar, jugar con otros niños, ir al parque, compartir nuestros juguetes, cantar, ser ruidosos y ser vistos. La escuela nos enseñó que casi nada de lo que nos daba placer era válido para ser un día un ciudadano digno. Muchos abandonamos el sueño de estudiar Bellas Artes, Teatro o Música porque esas carreras no daban dinero. E incluso los que no lo abandonamos consentimos en llevar una vida precaria o en hacer trabajos que no nos llenaban para poder dedicarnos en el tiempo libre a eso que nos gustaba.
Desde niños aprendimos a reprimir nuestros deseos, nuestros ritmos, nuestras necesidades. Aprendimos a estarnos callados y quietecitos durante horas y luego al volver a casa a ser también dóciles y buenos. Aprendimos a que otros impusieran lo que teníamos que estudiar y cómo. Aprendimos a seguir horarios y rutinas.
Aprendimos disciplina. Los que la aprendimos mejor sacamos buenas notas y los que no, las sacamos peores. Unos conseguimos buenos puestos de trabajo y otros no tan buenos. Muchos nos quedamos en el paro o saltando de un trabajo basura a otro.
Y seguimos disciplinándonos. Hay que levantarse cada día y seguir jugando a un juego que en realidad nos aburre, pero que no es tan fácil abandonar cuando tienes hijos, un alquiler o una hipoteca. Acallamos la llamada del placer, del goce, de la alegría.
La acallamos con sucedáneos que nos distraen momentáneamente y que algunos confundimos con la felicidad verdadera, y mientras nuestro corazón sigue llamándonos, y seguirá haciéndolo mientras vivamos.
¿Lo escucharemos?
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
¡Me encanta leeros chicos! Me siento muy identificada con lo que explicáis y con vuestras reflexiones.
Hace un par de años también dejé mi trabajo estable de maestra funcionaria y mi piso en Barcelona para empezar una aventura que no sabía donde me llevaría. Lo que tenía claro es que quería aprender, conocer gente interesante y levantarme cada día con ilusión y sentido. Estuve un año y medio viajando por la península conociendo proyectos inspiradores de permacultura y granjas ecológicas a través de la plataforma de wwoof y formándome en distintos temas: permacultura, huerta ecológica, plantas silvestres, sociocracia, alimentación viva… Fue como hacer mi propio máster con las asignaturas que me interesaban. Me sentía como una niña chica disfrutando del hecho de aprender. ¡Ojalá fueran así las escuelas y las universidades! ¿Verdad?
Ahora ya estoy de vuelta y muchas cosas cambiaron en mí, entre ellas una que me gustaría compartiros: la visión que tenía sobre la disciplina se transformó. Pasé de entenderla como un esfuerzo que tenía que hacer si quería conseguir un propósito (lo que me mantenía como el burro que sigue la zanahoria y me dejaba exhausta) a verla como la herramienta que me mantiene en conexión con ese propósito o deseo día a día.
Puedo imaginar que para lanzaros a este viaje que tanto deseáis habéis tenido que ser bastante disciplinados, igual que para escribir vuestras newsletters. La gracia es que está puesta al servicio de vuestros deseos genuinos.
No dejéis de combinar deseo y disciplina, son buenos compañeros de viaje. Saludos pareja valiente!
Hay que ser valientes como vosotros para hacer lo que os apasiona! Totalmente de acuerdo con vuestras reflexiones :)