Las Flappers, una historia de amor
Soltar el pasado te abre las puertas a posibilidades inimaginables
Escrito por Marta, con algunas correcciones de Andreu.
Uno de mis rituales preferidos es la carta de completación.
Una carta de completación es una carta que escribes para cerrar un asunto que sigue abierto y no te deja seguir adelante. Generalmente hay emociones reprimidas, recuerdos dolorosos, hechos que no has entendido y te cuesta aceptar...
Pero también hay muchas cosas positivas. Momentos únicos llenos de amor, sentimientos exaltados, instantáneas de ti mismo que no volverán... Siempre, incluso en las relaciones más tóxicas, hay un lado positivo (real o imaginario), que te mantiene enganchado.
Hace cosa de un año escribí una carta de completación no a una persona sino a mi relación con el lindy hop.
El lindy hop es un baile que se baila con la música swing de los años 20 y 30. Resurgió con fuerza hace un par de décadas en Europa y empezó a ser popular en Valencia hace unos ocho años.
Yo me subí a la oleada del lindy hop en 2014, hace casi ya diez años. Estaba empezando y era increíble. La gente estaba loca por el baile. Había eventos a todas horas, bailábamos apretados en cafés y con altavoces en placitas... Éramos pocos pero hacíamos mucho ruido. Había solo un par de escuelas, un puñado de grupos de alumnos y los profesores tenían por costumbre salir a tomar cañas con nosotros al acabar las clases.
Nos conocíamos entre todos y llevábamos la relación más allá del baile. Quedábamos para ir a la playa o ver películas, para tomar una cerveza y jugar a juegos de mesa, o para hacernos fotos vestidos con trajes vintage y haciendo como que bailábamos.
De hecho, así fue como conocí a Andreu, en una de estas quedadas de gente del lindy para algo que no tenía que ver con el lindy.
Pero de todo esto hace mucho tiempo. La escena evolucionó, mucha gente con la que empecé se fue y unos pocos se profesionalizaron, llegaron nuevos grupos y escuelas, el ambiente era distinto... En cuestión de tres o cuatro años, todo había cambiado.
Se esfumó el entusiasmo que sentía al principio. El lindy había ardido con mucha fuerza para mí, tanto que se quedó sin combustible, como uno de esos romances fugaces que duran mientras aún no conoces demasiado a la otra persona.
Yo no quería aceptar la situación. Me obligaba a ir a las jams, pero me aburría conmigo misma bailando o intentando charlar con la gente. Los mismos pasos de siempre, las mismas conversaciones insulsas sobre las Navidades o los hijos. Aun así, seguía yendo, aunque menos cada vez.
La pandemia solo aceleró un proceso de desencanto y frustración que había empezado mucho antes.
Y hace solo un año cerré conscientemente este proceso, escribiendo la carta de completación.
En la carta descargué todos mis recuerdos, los buenos y los malos. El recuerdo de mi tía Rosa (que ya no está) en la cafetería diminuta al lado de su casa donde se hacían jams los jueves por la noche, y presentarle a Andreu, con quien acababa de empezar a salir. Otra memoria varios años después, en una fiesta con Andreu. Le dolía la rodilla y no podía hacer la coreo, y ese dolor de rodilla fue una constante en adelante.
Muchos, muchísimos recuerdos de toda clase. Escribí todo lo que me venía porque no quería olvidarlo y al mismo tiempo sentía la necesidad de decirle adiós.
Había intentado volver después de la pandemia, al mismo sitio donde solía bailar antes. Casi todos eran extraños y mayores. Pensé que a lo mejor yo también me había hecho mayor. Me encontré solo con dos caras conocidas. A una de ellas se la veía desmejorada, triste, y nuestra conversación no salió de los tópicos de la pandemia y las mascarillas. La otra era un chico con quien había bailado alguna vez pero con el que nunca había intercambiado palabra. Después de bailar con él me sentí más vacía que antes.
Y más torpe. Él era muy buen bailarín y yo hacía mucho que no bailaba. Me volvió toda la ansiedad de antes y la creencia de que no era suficiente.
Me he machacado mucho con el baile. Evitaba bailar con gente muy “pro” porque pensaba que no estaba a la altura. Intentaba no hacer pasos demasiado complicados porque no me sentía segura y podía equivocarme. Me comparaba constantemente. Me echaba la culpa cuando no entendía o no salía bien alguna figura…
También había puesto expectativas en llegar a dar clase con Andreu, y cuando no sucedió, me reforzó la creencia de que no valía.
Todo aquello me había impedido disfrutar al máximo del lindy. En algún momento dejó de ser algo que disfrutaba haciendo y se convirtió en una carga, algo con lo que hacerme daño a mí misma.
Me olvidé de lo divertido que era simplemente bailar.
Pero lo pasado, pasado está. Lamentarse por lo que fue nos impide estar presentes para lo que es ahora.
Llegado cierto punto, hay que soltar. La carta de completación me ayudó a hacerlo.
La carta te permite ver lo que tienes dentro, aceptarlo y dejarlo ir cuando llega su momento. También te ayuda a desidentificarte y reconocer que tu esencia es diferente a cualquiera de esas etiquetas temporales que te pones. En este caso, mi etiqueta de "bailarina de lindy hop".
Descubrí que si dejaba de bailar lindy, no pasaría nada. Y que si volvía a bailar, tampoco. Pasara lo que pasara, estaba bien. Mi identidad no dependía de ello, ni de ninguna otra cosa.
Qué pena no haber podido hacerlo mejor, pero en aquel momento era todo lo que podía hacer. Había que aceptar que fue así y dejarlo ir. La próxima vez, en el baile o cualquier otra cosa que emprendiera, no iba a ser tan dura conmigo misma.
Después de escribirlo todo (más de diez folios), me sentí liberada. También sentí mucho agradecimiento, porque allí habían plasmados ocho años de recuerdos que, al poner en palabras, me recordaban el entusiasmo que llevaba dentro y que nunca se había apagado. Ese entusiasmo podía redirigirlo hacia donde quisiera, solo dependía de mí.
Para terminar el ritual y cerrar el proceso, quemé la carta.
La magia llegó unos meses más tarde.
Cuando bailaba lindy, una de las cosas que había intentado y con la que había fracasado montones de veces era con el baile en solitario, el “solo jazz”.
Entonces, mi idea de solo jazz era que se trataba de una modalidad que te permitía tener más autonomía y poder improvisar mejor cuando bailas en pareja. Sabía que si no lo dominaba, nunca llegaría a ser la gran bailarina que quería ser. Sin embargo, me daba una vergüenza terrible.
Cuando bailaba en pareja, aunque me estuvieran mirando desde fuera, no sentía vergüenza. La responsabilidad de lo que pasaba se diluía entre los dos. En realidad, cuando bailaba con otro sentía que yo respondía a lo que el otro marcaba y no había demasiado de mí misma en el baile. No era "Yo", estaba a salvo de los juicios y las críticas.
Pero con el solo jazz estás, evidentemente, solo. Lo que sea que hagas eres tú haciéndolo, no puedes escudarte en el otro. Con mi problema de perfeccionismo y falta de autoestima, el solo jazz era demasiado para mí.
Mi último recuerdo del solo jazz era en una clase de prueba en la que, después de hacer todos una rutina, la profesora nos dividió en grupos de cuatro, formamos un círculo y tuvimos que improvisar usando los pasos que acabábamos de ver. Me bloqueé y no pude hacer nada. Al acabar la clase estaba conteniendo las lágrimas a duras penas. No era la primera vez que lloraba en clase cuando me dejaban sola con un montón de ojos mirándome.
El año pasado, varios meses después de escribir la carta de completación y olvidarme de ella, sentí que era el momento de volver a abrir aquel tema. Me daba igual si el solo jazz me iba a hacer bailar mejor lindy o no, pero no quería sentirme derrotada por algo tan ridículo.
Así que me apunté en la escuela que acababan de abrir cerca de casa.
La primera clase fue peor de lo que me imaginaba.
Me apunté a nivel intermedio-bajo porque ya sabía algunos pasos, pero enseguida me di cuenta de que los sabía mucho peor de lo que recordaba. Además, yo era la nueva, todos se conocían y tenían ya su "rollito" entre ellos. Se hacían bromas, aludían a personas que no conocía, se animaban mutuamente...
Y luego estaba la profesora, María. María metía caña y esperaba que la siguieras pasara lo que pasase. Troceaba los pasos lo justito, no podías quedarte ni diez segundos empanado. En esa clase descubrí que mi pierna derecha más o menos funciona, pero que la izquierda pertenecía a otra Marta, una Marta que tenía ideas completamente diferentes a las mías.
Al final de la clase llegó el temido momento de improvisar. El mismo círculo de la última vez, solo que esta vez la profesora también participaba. Ya estaba bastante intimidada por la rutina que pude seguir a duras penas y ahora tenía que acordarme de los pasos que habíamos hecho y combinarlos creativamente.
No, imposible, no iba a pasar...
Pero, de alguna manera, pasó. Es decir, salí con vida. Lo que sea que improvisé no puede llamarse en justicia bailar, y muchas veces se salía del tiempo, pero por lo menos hice algo.
Me aterrorizaba que me miraran, pero me di cuenta de que, en mayor o menor medida, todos sentíamos lo mismo, y que nadie me estaba juzgando por hacerlo mal. De hecho, todos estábamos pensando qué íbamos a hacer cuando nos tocara a nosotros.
Bueno, todos menos, quizá, Lucía. Lucía es una de esas personas capaces de que cualquier cosa que improvisen, aunque esté mal técnicamente, les salga con gracia y estilo.
Salí de la clase sin llorar y pagué dos meses de clase antes de que mi ego tomara el control y me lo impidiera.
Así fue como conocí a las Flappers.
Durante los años que pasé que "ni sí ni no" con el lindy hop, una parte de mí seguía amando el baile y a la gente y otra lo rechazaba y se sentía dolida y resentida. Exactamente como una relación romántica que se ha vuelto tóxica.
Había significado tanto para mí, había entrelazado tan fuertemente mi identidad al lindy, que sentía que no lo podía soltar. Lo que quería todo ese tiempo era que el lindy hop (y la escena, la gente, yo misma) cambiara y volviera a ser como antes, o como esa imagen idealizada que yo tenía de los tiempos pretéritos en los que empecé a bailar.
Pero eso era imposible. La vida es impermanencia, es cambio. La gente entra y sale, se forma un grupo increíble y en un año o dos se desintegra. Las oportunidades vienen y se van.
La carta de completación me ayudó a hacer las paces con aquella etapa, perdonarme y liberar el espacio que ocupaba en mi interior.
Es necesario hacerlo así. Si no liberamos ese espacio, no puede entrar algo nuevo. Este es el error que cometemos cuando nos aferramos a personas, lugares, trabajos... esperando que llegue otra cosa mejor que los sustituya. No, esa otra cosa no puede llegar si no le hacemos hueco primero.
Lo que llegó para mí fue, sí, el lindy de nuevo, pero de una manera totalmente diferente.
Había soltado la expectativa de alguna vez ser esa "gran bailarina" que nunca llegaría a ser, hiciese lo que hiciese. Lo único que importaba ahora era pasármelo bien y probarme a mí misma que podía sostener que los demás me miraran.
He de admitir que durante los siguientes dos meses estuve repasando pasos de solo jazz como una loca, preparándome para la clase y la amenaza de la improvisación al final, a la que llamábamos "el círculo de la muerte".
Cuando llegaba el jueves, me pasaba todo el día pensando en la clase y con el estómago del revés. Cuando tenía un rato libre, practicaba unos minutitos para sentirme un poco más segura.
Fui mejorando poco a poco. No como a mí me hubiera gustado, pero lo suficiente como para no desanimarme. Y a lo largo de los meses pude conocer mejor a ese grupo al que me había unido.
Empecé a conocer a las Flappers como grupo e individualmente y descubrí que eran la leche. De hecho, no recordaba habérmelo pasado tan bien en clase ni cuando empecé a bailar.
Os contaré un poco sobre ellas:
Lucía, a quien ya he mencionado antes, es puro fuego. Siempre llega a clase con ganas (en lugar de aterrorizada, como iba yo) y nos contagia las ganas a los demás. Lucía tiene a su niña interior, su esencia, a la vista y lo llena todo de juegos, risas y buen humor.
Octavio (Oco) es el compañero de gamberradas de Lucía e instigador de todo tipo de bailes estrafalarios. Le gusta hacer preguntas y conocer en profundidad a las personas (y yo odio que me pregunten cosas personales), pero con el tiempo he llegado a apreciarlas y a disfrutar mucho de su compañía y de la luz que desprende.
Escarlata tiene un espíritu juvenil y divertido. Se suma a las rebeliones ocasionales que generan Oco y Lucía y y las incita también ella. Cuando hablas con ella, toda su atención está contigo, como si le estuvieras contando algo súper interesante. Y los pendientes que trae cada día a clase son una fantasía.
Euge, igual que yo, se peleaba consigo mismo y se sentía muy torpe cada vez que había que improvisar; aun así lo hacía y lo siguió haciendo todo el año, y ha mejorado muchísimo. Además, se apunta a un bombardeo dentro y fuera del lindy, y tiene una conversación muy profunda y filosófica.
Rebecca tiene un humor ácido que me encanta y una sonrisa ladeada que te hace partícipe de la broma. Nos pone en "nuestro sitio" a todos cuando la cosa se desmadra pero también es la primera en desmadrarse cuando la situación lo requiere.
Dani llegó el último y fue un fichaje fantástico. Siempre de buen humor y dándolo todo, aunque iba agobiado con las oposiciones. Enseguida se integró y nos sorprendió a todos con sus improvisaciones con pasos complejos y mucho groove.
Bueno, y María, la profe, por supuesto. Nos lleva al límite de nuestras capacidades porque sabe que podemos hacerlo, pero al mismo tiempo sabe también lo que nos cuesta expresarnos y pone todas las facilidades para que lo hagamos en confianza y sabiéndonos sostenidos. Con María quieres hacerlo lo mejor que sabes, pero, pase lo que pase, no te sientes juzgado.
Otras Flappers honorarias (no pertenecen al grupo, pero como si lo hicieran) son Juan, Isma, Rachel y Martín. No voy a extenderme sobre ellas, solo diré que cuando están el buen rollo se multiplica exponencialmente.
La conjunción de todas estas personas es lo que hace a las Flappers. La energía del grupo es mayor que la suma de sus partes. Por separado, molan, pero juntas son increíbles.
La historia de amor con las Flappers ha salido del aula y ha llegado a rincones inesperados.
No pensaba que fuera a volver nunca a un festival de lindy, pero acabé yendo al festival de Alcoi, al que fui en 2016 en los principios de mi fanatismo... Esta vez fue distinto, pero me lo pasé genial.
La comparación es la eterna enemiga. En nuestros recuerdos destacan los mejores momentos e intentamos replicarlos cuando volvemos. Como decía la canción de Joaquín Sabina, "Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".
Pero si sueltas esa expectativa de que se van a repetir los viejos tiempos, si reconoces que aunque pases por el mismo río, ese río es otro porque lleva otra agua, todo se hace mucho más sencillo.
En el festival bailé hasta que me dolieron los pies. Me entusiasmé por ver compitiendo a María y que consiguiera la segunda posición. Me emborraché con los chupitos a los que me iban invitando. Oco y yo inventamos un baile que podrían interpretar pulpos carentes de tentáculos.
Después vinieron otros eventos y quedadas. Celebramos Fallas en la terraza de mi casa, con mis amigos de toda la vida y algunas de las Flappers, y la fiesta fue muchísimo más divertida porque estuvieron ellas dándolo todo. Jamás pensé que bailaría solo jazz con música de drum&bass, pero pasó. Incluso replicamos el "círculo de la muerte".
Montamos otra fiesta más en mi terraza, solo para las Flappers y Flappers honorarias, que se alargó hasta las cinco de la mañana, para descontento de los vecinos. Aprendimos que el altavoz hacía más ruido del que pensábamos...
Llegó el fin de curso de la escuela y nos amontonamos en habitaciones de ocho en un albergue. Hicimos juegos, recibimos clases, bebimos Malibú con piña y un mejunje que nos vaciaba la jefa en la garganta con una sulfatadora...
Bailamos, claro está. Y pasadas las cuatro de la mañana, con el pachangueo, Juan, una de nuestras Flappers honorarias, se hizo una fractura en el pie dándolo todo con el Flying Free. Al día siguiente, la orquesta le tocó el tema en directo y sentamos al escayolado en medio de un círculo mientras todos corríamos y saltábamos a su alrededor.
¿Puede haber algo más épico?
Sí, que las Flappers vinieran a nuestra boda.
Las Flappers para mí encarnan el entusiasmo y el disfrute por la vida. Saborear cada momento y no dejar pasar las oportunidades.
Yo dejé pasar muchas oportunidades cuando empecé con el lindy porque me obcequé en que tenía que ser como yo quería. No hice tantos amigos como me hubiera gustado, dejé de ir a fiestas y eventos o me iba pronto cuando los hacían. Me obsesioné con ser mejor bailarina en vez de simplemente disfrutar.
Me costó tanto soltarlo porque sentía que se me había quedado algo pendiente.
Por eso, cuando vinieron las Flappers el día de la boda me sentí súper feliz. Fueron el alma de la fiesta. Nunca estaban lejos de la pista de baile. Proponían juegos, se hacían fotos locas, se ponían todos los disfraces... Puro fuego.
Ese fuego, ese entusiasmo, es una decisión. Cuando estoy con las Flappers, es mucho más fácil tomar esa decisión, olvidarme de que otros me juzguen y de que lo que esté haciendo sea o no apropiado. Lo importante es pasárselo bien.
Hay que estar dispuestos a soltar para poder recibir.
Solté todos los recuerdos que me ataban y abrí la puerta para otros diferentes, y lo que apareció fue mil veces mejor que lo que había estado añorando.
Estoy muy agradecida porque las Flappers, como grupo, y cada una de las personas que son parte de ellas, hayan llegado a mi vida.
No sé cuánto durará la relación. Andreu y yo tenemos pensado marcharnos a partir de junio del año que viene para conocer proyectos de permacultura, ecoaldeas y comunidades, y seguramente no pasemos mucho tiempo en Valencia. Pero, en el tiempo que pasemos, pienso bailar con ellas y hacer el ridículo las veces que haga falta en nuestro "círculo de la muerte".
También puede que volvamos y las Flappers ya no estén. Es lo que tiene la vida: los caminos se juntan y nadie sabe por cuánto tiempo.
Todo está destinado a acabarse, tarde o temprano. Lo importante es qué hacemos con el tiempo que se nos ha dado. ¿Estamos presentes a lo que se nos ofrece aquí y ahora? ¿Reconocemos que las oportunidades se acaban y las tomamos, o lo dejamos para mañana, creyendo que aún seguirán ahí? ¿Soltamos lo viejo y abrazamos lo nuevo o nos quedamos enganchados a algo que ya no funciona?
En Fallas me encontré con un bailarín de mi antigua escuela al que había echado mucho de menos. Le llamaré Álvaro.
Me encantaba bailar con Álvaro porque sentíamos de forma muy parecida las canciones y nos entendíamos el uno al otro al instante. Cuando conoces a alguien así es mágico. Cuando iba a las jams de mi antigua escuela siempre esperaba verle, pero en los últimos años casi nunca nos encontrábamos.
Y allí estaba, años después, en una carpa en la que ponían música swing.
Ese día, cuando Álvaro y yo bailamos, mis expectativas se hicieron trizas.
Bailaba mucho más duro de lo que recordaba, pegándome tirones, y mucho más rápido de lo que hacía falta. No encontré por ningún lado la conexión tan bonita que habíamos tenido en otros tiempos, ni la musicalidad que le caracterizaba. Y cuando acabó la canción, Álvaro se excusó, sudoroso y jadeante, y se marchó. Ni siquiera hablamos.
Me entristecí, pero no demasiado. Bailé con Euge y agradecí haber encontrado nuevas personas con las que siento esa conexión mágica.
Soltar las expectativas cuesta mucho. Soltar lo que fue y estar abierto a lo que es requiere un esfuerzo constante.
No se trata de no tener expectativas, porque sin ellas nunca tendríamos motivación para emprender nada, pero sí llevarlas con ligereza. Poder fluir y adaptarnos a la realidad, que nunca es como nos imaginamos.
Las Flappers al principio no eran más que mi reto para que "me diera igual" que me vieran bailar. Aunque todavía, a día de hoy, no puedo ni verme a mí misma en un video, estoy contenta con mis pequeños avances.
Lo que sí he conseguido es una amistad inesperada y el resurgir de mi amor por el baile.
Y he descubierto que me gusta bailar solo jazz y me gustan nuestros círculos de la muerte. De hecho, hace mucho que dejamos de llamarlos así, e incluso de vez en cuando montamos uno nosotras en las fiestas, sin que María nos obligue.
Ser una gran bailarina ha dejado de importarme.
Solo quiero disfrutar del baile y disfrutar de la gente que ha llegado a mi vida a través de él.
Gracias por todo, Flappers.
Por ser como sois, por acogerme, por ser una fuente de inspiración, por recordarme que el entusiasmo es una elección.
Y gracias a ti por leerme. He escrito este artículo porque necesitaba expresar el agradecimiento y la alegría que siento, pero también porque pienso que ahí fuera hay muchas otras personas que, como yo, necesitan soltar algo para dejar espacio a lo nuevo.
La carta de completación puede ser una buena herramienta. Si sientes que tienes un proceso abierto con una persona, un trabajo, un lugar... escribe todo lo que sientes, recuerdas, anhelas... Todo lo que te faltó por hacer o decir, todo lo que te angustia, lo que te genera dolor y confusión. También lo bueno y bello que te dejaron.
La carta está completa cuando miras atrás con agradecimiento y sin dolor. Puede llevar su tiempo y varios intentos. Sé paciente.
Merece la pena. Todo lo que no soltamos, todo lo que cargamos, nos lastra y nos impide ver la maravilla que es la oportunidad de vivir otro día completamente nuevo.
La oportunidad de volver a bailar.
Un abrazo,
Marta
Me voy a la cama y me has dejado en la lona... en una lona dulce y llena de posibilidades. Mañana en cuanto me levante la lona será una cama elástica. Gracias.