(Primera parte escrita por Andreu; segunda por Marta)
Llevamos unas semanas mirando furgonetas de segunda mano para el viaje que queremos hacer el año que viene, para visitar ecoaldeas y proyectos de permacultura.
Pensábamos que iban a ser más baratas, pero nos hemos dado cuenta de que si las quieres con ciertas garantías tienes que invertir un poco más.
Nuestra idea era hacer esa inversión en otoño en cuanto encontráramos algo que nos convenciera, pero hemos tenido un contratiempo que nos lo ha retrasado.
El contratiempo ha sido uno de nuestros gatos, Merry.
Cuando decides responsabilizarte por un nuevo ser, te comprometes, de alguna manera, a hacer todo lo posible para que esté bien.
Merry y Pippin llegaron a nuestra vida hace casi tres años. Los íbamos a acoger temporalmente hasta que encontrásemos un lugar mejor, pero finalmente, qué sorpresa, se acabaron quedando.
Desde entonces se han convertido en parte de nuestra familia. Cualquiera que haya tenido alguna vez animales sabe cómo es, no lo puedes evitar. Incluso los gatos, que parecen tan desapegados, te demuestran su cariño de formas sorprendentes.
Merry, además, es un gato bastante especial. Lo llamamos "gaperro" porque tiene cosas que no habíamos visto nunca antes en un gato. Te trae su cordón maullando para que juegues con él, se reboza por el suelo como una croqueta, es muy sociable y enseguida se acerca a la gente nueva que viene a casa...
Pero también es "el pupas". Cuando lo adoptamos, que no era más grande que la palma de la mano, vino con una conjuntivitis de caballo y con un buen cóctel de virus estomacales. Y a lo largo de estos dos años ha tenido alguna que otra cosilla. De las últimas fue un bulto enorme cerca de la garganta, que al drenarlo vieron que era pus que se había formado por un mordisco que le había pegado el otro.
La última ha sido dramática, y nos ha puesto a prueba en más de un sentido.
Un día empezamos a ver que Merry estaba raro. Respiraba agitado, incluso cuando no hacía calor. Tampoco le apetecía jugar (muy raro), y cuando le ponías comida apenas comía nada (extremadamente raro, Merry es una máquina de comer y de hacer caca). Se quedaba largo rato tendido en el suelo sin moverse, respirando con fuerza, y solo bebía cuando le acercábamos su cuenco y le mojábamos la nariz.
Al día siguiente lo llevamos al veterinario, pensando que a lo mejor tenía alguna gripe gatuna o algo así.
La doctora nada más verlo fue a encender los rayos X. Lo pasaron de urgencia y le hicieron las placas, y nos mostraron que tenía toda la zona alrededor del pulmón llena de líquido. Era eso lo que no le dejaba respirar bien. Nos dijeron que podía ser tres cosas: una enfermedad del corazón, una infección o un tumor. El tercero estaba casi descartado porque es muy joven. Pero en cualquier caso, "pronóstico reservado". Estaba muy mal, necesitaba cuidados intensivos y no podían decirnos si se iba a poner bien.
Nos mandaron al hospital veterinario AniCura en Silla. Merry odia viajar en coche y se pone como una mala bestia, maullando y arañando el trasportín, y fíjate si estaba malito, que apenas lo oímos revolverse. Hubo un intento de escapada, pero nada que ver con las otras veces que intentamos llevarlo en coche.
Nos cogieron de urgencia y drenaron a Merry súper rápido todo lo que pudieron. Nos enseñaron el líquido: era marrón oscuro y olía fatal, como a cloacas. Era muy denso, había muchísima bacteria. Nunca habían visto algo así. Después del drenaje Merry podía respirar un poco mejor, pero aun así la infección era muy severa.
Entonces nos presupuestaron lo que costaban las pruebas, para ver de dónde venía la infección. Fueron unos 300€. Me pareció bastante dinero, considerando que en las pruebas las tuvieron hechas en media hora, pero Marta me dijo que si eso era todo, era barato. Ella se esperaba mucho más, porque una amiga suya se había gastado miles de euros con su perro.
Pero claro, aquello eran solo las pruebas. Cuando terminaron de diagnosticar y encontrar lo que fallaba, tocaba hacer las intervenciones, que de entrada sumaban unos 1600€.
Ahí empezaron a removerse mis miedos.
El dinero es un tema complicado para mí. Me considero una persona cuidadosa, aunque no tacaña. No me importa gastarlo en según qué cosas, pero sí valoro cada céntimo y hago lo posible por ahorrar de aquí y de allí.
Siempre he tenido miedo a perder el dinero y a quedarme sin nada, aunque nunca he estado en una situación ni remotamente cerca de eso.
Cuando intento buscar el origen de ese miedo, recuerdo que mi abuela siempre me contaba que antes tenían mucho dinero, pero mi abuelo tuvo una enfermedad muy rara que hizo que esos ahorros se evaporaran de la noche a la mañana.
Era una historia que me contaba bastante a menudo y debió de calar fuerte en mí, porque a día de hoy cuando pienso en el dinero siento que voy a acabar arruinado, viviendo debajo de un puente y buscando comida en la basura. Es desproporcionado, lo sé, pero supongo que todos los traumas lo son.
Al llegar a casa, Marta se pasó un par de horas llorando desconsoladamente. Lo que más le dolía era que queríamos llevarlos al campo cuando nos fuéramos de viaje por el mundo. En el campo serían más felices que en la ciudad, treparían a los árboles, correrían por la hierba e incluso cazarían pajaritos, en vez de las plumas que les llevábamos a casa. Si Merry no salía de esta, no iba a conocer todo eso.
Yo no estaba tan afectado porque, aunque nos lo habían pintado muy mal, pensaba que había esperanza.
Marta hizo un altar en el comedor con una vela y con las cosas que más le gustan a Merry. Cada día pedíamos al universo que velara por él y nos sentábamos junto a la vela, acompañándole en espíritu.
Cada día nos llamaban y nos decían que, aunque estaba crítico, "por lo menos comía", y que “el que come, escapa".
Sin embargo, no sabíamos aún si los antibióticos estaban funcionando o no (los cultivos tardaban sobre una semana) y se juntó con que del tubo de drenaje estaba saliendo también aire. Es decir, tenía una herida en un pulmón, una bastante grande, e iban a tener que intervenir.
Adelante, dijimos sin dudar.
En el tercer pago ya íbamos por 3200€ y aquí mis miedos estaban tomando el control. Pasé la tarjeta temblando (literalmente) y nos fuimos hacia el coche para volver a casa. Un día más y no sabíamos cuánto tiempo pasaría allí aún.
Siempre que cogemos el coche de la madre de Marta me gusta devolvérselo con el depósito lleno como agradecimiento, pero esta vez, al llegar al coche y decirle a Marta que buscara una gasolinera barata, me eché a llorar.
"Tiene delito que no llore con el gato y sí con el dinero", dije, riendo y llorando al mismo tiempo. Aquella vez no pusimos gasolina.
Todos los días íbamos a visitarlo. Solos o con el padre de Marta, que nos hizo el favorazo de llevarnos varias veces. En cada ocasión, solía ser Marta quien lo achuchaba más, quien le decía lo mucho que le echábamos de menos, quien lloraba. En la UCI Merry estaba asustado, con las pupilas dilatadas (por los opiáceos que le daban para el dolor) y no respondía demasiado a las caricias. Parecía como si no estuviera ahí.
Llegué a plantearme si merecía la pena ir y marear al gato. Total, no se estaba dando cuenta de que estábamos, y nosotros lo pasábamos mal. Pero Marta insistía.
Hubo un día, uno de los últimos, que fui yo solo porque Marta tenía clase.
Habían movido a Merry de la UCI a una hospitalización más básica y solo para gatos, donde estaba más tranquilo y tenía más espacio. Era una habitación un poco apartada, sin el bullicio de la UCI y sin nadie más entrando y saliendo.
Me dejaron a solas con él, abrí la puerta de la jaula y me senté en el suelo. Me quedé acariciándolo un rato. Estaba sedado porque acababan de hacerle una prueba y no parecía muy consciente de que yo estaba ahí tocándole.
Después de un rato, con el gato medio dormido, empecé a reducir el ritmo de las caricias para dejarlo tranquilo e irme, pero entonces se movieron sus bigotes y empezó a olisquear. Encontró mi mano y empujó con su cabecita contra ella, como cuando jugábamos en casa.
En ese momento cayeron todas mis armaduras.
Empecé a llorar como no había llorado en años, mientras Merry se restregaba contra mi mano y se daba la vuelta para que le rascara por el otro lado. Aunque un poco sedado, estaba cariñoso como siempre.
Durante unos minutos me sentí inundado de amor. Por un momento, mis prioridades se reordenaron y el “miedo” se retiró al lugar que le pertenece, no como el capitán del barco sino como un tripulante que avisa e intenta proteger, sin imponerse ni tomar el control.
En su lugar, lo que tomó el control fue la vida.
Sentí que el dinero (y el trabajo, y cualquier cosa que hacemos) era para esto, para favorecer la vida.
Entonces recordé la historia de mi abuela, pero ahora no la veía con miedo, sino con amor. Qué suerte que hubieran tenido ese dinero para la curación de mi abuelo. Estaba bien que hubiera sido así.
Me quedé con Merry hasta que me echaron. Igual estuve una hora con él, no lo recuerdo.
Seguía lleno de amor al llegar al coche, pero el sentimiento se fue desvaneciendo de camino a casa. Al llegar apenas me quedaba una ligera sensación. En cierto sentido, fue como lo que pasa cuando tomas psicodélicos: poco a poco tu estado ordinario vuelve a imponerse y la profunda comprensión que habías tenido antes se disipa, dejando solo un vago recuerdo de lo sucedido.
Al cabo de tres días pudimos traer a Merry de vuelta a casa. Tiene peladas la zonas donde le intervinieron y las dos patitas donde le pusieron las vías. Le tenemos que dar antibióticos, que no le gustan nada, y curar y vendar la herida de la operación y del tubo de drenaje. Además, Pippin, que se hizo dueño de la casa en ausencia de Merry, no lo reconoce porque huele a hospital, y tenemos a Merry aislado hasta que coja de nuevo olor y el otro se acostumbre a su presencia. Todavía hay trabajo que hacer, pero estamos infinitamente agradecidos porque esté de vuelta.
En realidad, no puedo decir que mi manera de ver el dinero haya cambiado. Tuve un atisbo de lo que sería si me liberara de mis miedos, pero los miedos han vuelto. Ojalá fuera tan fácil.
Merry me ha enseñado cómo podría ser, pero depende de mí traer esa enseñanza e integrarla en mi vida.
El crecimiento personal y espiritual puede empezar con un fogonazo, un atisbo como el que viví con Merry, pero ese atisbo no perdura por sí mismo. Los aprendizajes y las intuiciones se tienen que trabajar hasta que se vuelven parte de tu ser.
¿Cómo se hace eso?
Lo primero es recordando, volviendo a pasarlo por el corazón (la etimología de recordar es "traer de vuelta al corazón"). Cada vez que se me lleve el miedo tengo que recordar lo que sentí aquella vez.
Lo segundo es intentar acercarme a ese ideal con pequeñas acciones. De forma amable, respetando mi propio proceso. No se trata de donar todo mi dinero a una ONG y quedarme sin nada si no estoy preparado para hacer eso (estoy bastante lejos de algo así). Es más bien detectar dónde empieza a brotar el miedo y la incomodidad y hacer algo que esté un pasito fuera de mi zona de confort. Por ejemplo, dar una propina que me genera una ligera ansiedad, pero no supone un riesgo real a mi seguridad económica. Ver, poco a poco, que no pasa nada por ser generoso, que tengo suficiente. Me cuesta horrores, no os lo podéis imaginar.
Pese a que lo que ha pasado ha sido doloroso, estoy agradecido. Ambos lo estamos.
No solo porque esté en casa otra vez y esté bien, sino precisamente porque ha sucedido esto que nos ha puesto a prueba. La mayoría de las veces los aprendizajes no vienen de forma gentil y cuidando de no revolver nada que tuviéramos perfectamente colocado en su sitio. Casi siempre necesitamos algún tipo de golpe, un shock que nos obligue a reconfigurarnos. Un shock como que pienses que tu gato se va a morir y veas cómo tus ahorros van menguando, pero decidas darlos igualmente para que pueda curarse.
(Marta) Cuando se producen estos shocks, a menudo también vienen con algún regalo escondido.
Uno de esos regalos ha sido Pippin. Pippin es un gato más tímido, al que le cuesta jugar (o más bien quiere jugar a su manera, y su manera es indescifrable y voluble). Merry, que es una locomotora, casi siempre se hacía con el control de la situación y acabábamos haciéndole más caso a él. En su ausencia, he conectado más con Pippin y he descubierto facetas de su personalidad que no conocía.
Otro de los regalos ha sido darme cuenta del daño que me hago pensando que no hago suficiente y echándome la culpa. Me atormentaba pensar que no había prestado suficiente atención a Merry los últimos días y que tendría que haber detectado antes que estaba mal, y después, cuando estaba en la UCI, pensaba que debería estar más tiempo con él, y cuando estaba en casa, que debería poder hacer algo por él desde allí (por eso lo del altar, la vela y demás). Ese “no hago suficiente” es un veneno que me corroe por dentro, y su antídoto no es hacer más y más, sino reconocer que hago lo que puedo y que eso es suficiente. (También un trabajo arduo, como el de Andreu).
El último ha sido ser testigo del amor que me rodeaba. De la familia y los amigos que preguntaban por Merry, de los veterinarios que cuidaban de él (y aún ahora que está en casa nos llaman para preguntar cómo está), de mi madre que nos invitaba a comer y cenar para que no nos ocupásemos de la comida…
Y sobre todo de mi padre, que nos llevó varias veces en su coche y estuvo horas y horas con nosotros en la sala de espera. Y lo que más me emocionó de todo, porque no lo esperaba en absoluto, fue que nos ayudara económicamente, considerando que este año había tenido un montón de gastos por diversas catástrofes que habían pasado en su casa.
Lo de Merry ha sido una desgracia, pero es en desgracias como esta que aprendemos cosas y que podemos expresar nuestro amor, generosidad, agradecimiento. En el día a día lo podemos hacer también, claro que sí, pero es en la necesidad cuando adquieren verdadera fuerza, cuando se sienten y calan más.
Las circunstancias de nuestra vida no siempre podemos cambiarlas y los sucesos que se dan, se dan. Lo que sí podemos cambiar es nuestra manera de enfrentarnos a ellos.
Si nos resistimos y maldecimos nuestra suerte, deseando que fuera de otra manera, los sucesos nos hunden. Si los aceptamos e intentamos navegar por los mares turbulentos de nuestras emociones, nos mantenemos a flote e incluso puede que las corrientes nos lleven a islas mágicas que no estaban en nuestros mapas.
Ahora hemos atracado en la isla mágica de valorar lo que tenemos, disfrutar de nuestros gatetes y de ahorrar poco a poco otra vez, sin prisa. La furgoneta ya llegará.
Gracias por todo, Merry, y gracias a todos los que habéis estado ahí apoyándonos en estos momentos tan difíciles.
Y gracias a ti por leernos
Inspirador, emocionante... Quizá por sentirme identificado en algunas conductas y emociones que comentáis, pero quizá también por tratarse de una experiencia tan intensa y reciente, este es de los post que más me han llegado. Abrazo a los 4 :)