Espacio para ser todo lo que eres
En (verdadera) familia puedes ser todas tus Partes, y eso es lo que buscamos en una comunidad
Parece que siempre que nos sentimos muy entusiastas con algo, viene la vida a mostrarnos su lado oscuro.
Hemos salido ya de TDF después de una semana intensita. El último día fue de nuevo muy dulce, lleno de abrazos y sonrisas, pero los dos anteriores todo lo que queríamos era espacio para respirar.
Estábamos agotados. Hicimos varios turnos seguidos intensos en la cocina (culpa nuestra por creer que podíamos con todo), trabajamos en la plantación, subiendo y bajando carretillas de compost, y saludamos a mucha gente nueva, huéspedes y otros voluntarios, cuando creíamos que ya estábamos familiarizados con todo el mundo.
Estábamos agotados físicamente, pero sobre todo emocionalmente. Era un cansancio que no habíamos experimentado nunca antes.
Los introvertidos sabemos que estar con gente gasta energía. No es que no nos guste estar con gente (nos encanta, como os contábamos en la newsletter anterior), sino que necesitamos equilibrarlo con tiempo de soledad y silencio.
Es difícil expresárselo a los demás. Te gustaría poder decir “No quiero hablar ahora”, pero temes que entiendan “No quiero hablar contigo”. Es difícil transmitir “Necesito estar solo” sin que el otro piense que hay algo malo en su compañía.
Comunicar tus necesidades y tus límites es una habilidad. Una habilidad que tenemos muy poco desarrollada en el contexto de la vida urbanita, cada uno en su casa y a su rollo. Si salimos es para unas birras y no volvemos a vernos en una semana. Rara vez tenemos que comunicar que necesitamos espacio porque casi siempre estamos en ese espacio de soledad. El problema de las ciudades es precisamente el contrario: demasiada soledad y aislamiento.
Por eso quizá puede resultar extraño que os hablemos del lado opuesto: demasiada gente, demasiada intensidad, demasiada convivencia.
La convivencia intensa es como caminar en un bosque espeso. Hay belleza en cada rincón, pero la densidad de estímulos puede llegar a abrumar. A veces, necesitamos un claro en el bosque: un espacio de luz, de amplitud, donde podamos respirar.
Nos sabe un poco mal todavía tomar ese espacio. Nos pillan desprevenidos cuando nos invitan a dar un paseo o a tomar un vino. O a un taller, a una jam, a la sauna... Todo el rato están pasando cosas de una punta a otra de TDF, pero llega un momento en que solo queremos meternos en la furgo a leer, o a echarnos una siesta.
Aric estaba ilusionado con que diéramos una clase de Lindy hop (un baile de música swing que llevamos años practicando) y de hecho pensábamos hacerlo, pero a medida que acababa la semana, vimos que no íbamos a poder sostenerlo. Para dar una clase necesitas mucha energía que no tenemos. Se desilusionó un poco. Nos dijo, “I miss you, guys” (”Os echo de menos, chicos”) y Andreu le apretó el hombro, pero ninguno de los dos respondimos. Lo que echábamos de menos era estar a nuestro aire, la verdad, uno al ordenador y la otra a la orilla del lago.
De camino a la furgo a recoger la toalla para ir al lago, Marta se encontró con Zoe, una chica encantadora que pinta, hace artesanía y tiene muchos otros talentos. Marta llevaba la libreta al brazo y Zoe le preguntó si ella también escribía. Con cierta reticencia, respondió que sí. Reticencia porque lo siguiente era saber qué, por qué, para qué, cómo… Preguntas que ya de por sí le costaba responder y que, cansada como estaba, le venían grandes. Salió del paso como pudo y le devolvió a Zoe la pregunta, y la chica (encantadora, repetimos) le recomendó a Marta un libro que le venía justo al pelo y que se apuntó para buscar luego. Incluso en nuestro momento más hater la vida nos regala a veces estas pequeñas sincronicidades.
Marta llegó al lago sin más contratiempos, metió un pie, desistió de meter el resto de su cuerpo, y se puso a escribir. Andreu echó la tarde editando nuestro segundo video de la temporada, que es lo que más le apetecía, declinando la invitación de Jana de ir a pintar unas señales nuevas para el huerto. Quietud, silencio, paz…
A las siete sonó el cuerno de llamada a la cena. Marta volvió del lago y Andreu del coworking. En el comedor-invernadero nos encontramos con una mesa rebosante de ingredientes para montarnos unas tortitas: hojas recién cogidas del huerto, hummus de lenteja roja, brócoli salteado con ajo y pimentón, garbanzos crujientes al horno con tahini… De postre una deliciosa tarta de zanahoria que sobró de la comida.
Aplaudimos a los cocineros y nos sentamos a cenar. La sobremesa se alargó un par de horas, como suele ser el caso. Andreu conoció a Ami, un chico israelí que venía de pasar meses en India y estaba aún desconcertado por la vida en Europa. Marta compartió mesa con Ilai, que le contó su idea de enseñar a hombres a ligar con mujeres de forma consciente y saludable. Conversaciones fascinantes en ambos lados de la mesa. Nos atiborramos de ellas y de la comida.
¿La moraleja? Equilibrio. Una respuesta corta, fácil, evidente.
Pero no del todo satisfactoria, al menos no para nosotros.
Nos acordamos de O Couso, una de las primeras ecoaldeas que visitamos hace un par de años. Una tarde hicimos una salida al bosque. Nos guiaba un chamán que formaba parte de la comunidad. Al llegar a la linde, nos recomendó mantener una actitud respetuosa, evitando la cháchara innecesaria. Hicimos una ofrenda de semillas, bayas y copos de avena, que dejamos bajo un sauce, y entramos con una energía muy diferente a aquella con la que habíamos llegado. No hubo cháchara, aunque sí intercambiamos algunas palabras de vez en cuando. El silencio era bienvenido. Meditamos sobre las piedras frente a un salto de agua y después en la colina viendo atardecer.
Otra Parte* de nosotros se manifestó en esa convivencia sin palabras. La Parte más sutil y delicada que surge cuando cesa la agitación que producimos al juntamos muchos seres humanos.
*Cuando nos referimos a “Partes”, hablamos de esas subpersonalidades que nos integran. Nuestro ego es múltiple y muy diverso, y cada una de esas Partes nos trae una perspectiva diferente de la vida y otras habilidades y talentos.
Pensando en ese momento, nos preguntamos, ¿Y si esa Parte (y otras muchas) pudieran ser vistas y acogidas en presencia de otra gente, más allá de esos momentos anómalos como el paseo meditativo por el bosque? ¿Es siquiera posible?
Sí, claro. Cuando estamos en pareja, si hay confianza, surgen todas esas otras Partes. También con buenos amigos, con la familia. Las que no son tan apropiadas en ambientes educados, las que la lían parda, las que se echan a la bartola, las que están a veces tristes, solas, enfadadas. Las que necesitan silencio.
Nos imaginamos que debe de ser así para esas gentes que no se han olvidado de lo que es vivir en comunidad. Las tribus indígenas que lo comparten todo y no tienen habitación propia. Tantos años juntos —décadas—, hacen que caigan todas las máscaras y podamos dar espacio a esas Partes silenciosas, meditativas, sutiles. Encontrarse con el otro no significa ya renunciar a ellas. Cuando estamos en confianza podemos ser todo lo que somos, hasta haters.
A TDF vienen algunos nómadas auténticos, gente que se posa en un lugar un breve instante y flota hasta el siguiente, polinizando todo a su paso. Sin embargo, la mayoría es gente como nosotros. Gente que busca algo estable, una comunidad fija. Como nosotros, está unas semanas o meses y se va, y cuando se va la reemplaza otra cara, otro nombre, otra voz.
La gente se va porque sigue buscando el lugar perfecto. Un lugar donde sentirse en familia. Con gente que ha pasado de ser un desconocido fascinante a ser un amigo con quien puede estar en silencio frente al lago, escuchando a las ranas intercambiar saludos (o improperios) de una orilla a la otra. Las preguntas no se han acabado (nunca se acaban), pero ya no hay urgencia de hacerlas.
El problema al que nos enfrentamos todos en nuestra búsqueda de comunidad es que no nos quedamos porque nadie se queda. El lugar no es perfecto (¿cómo lo va a ser?), y por tanto no arraigamos lo suficiente como para que se haga el silencio entre nosotros. Nos da miedo el compromiso. Comprometerse implica quedarse también a las partes menos excitantes, a los conflictos, a las sombras. Al calor en verano y al frío en invierno.
Sin embargo, todos anhelamos el fruto de ese compromiso. Sentirnos en familia, ser aceptados completamente y tener espacio para expresar todas nuestras Partes, ser todas nuestras versiones, no solo la carismática y divertida.
Es el mismo problema detrás de la búsqueda de pareja en el siglo XXI. La respuesta para algunos ha sido el poliamor o las relaciones abiertas. Para nosotros ha sido casarnos, apostando por un compromiso aún mayor.
¿Con qué comunidad nos “casaremos”? Quién sabe. La comunidad perfecta no existe, como tampoco existe la pareja perfecta.
En los próximos años esperamos descubrirlo.
Gracias por leernos!
Andreu y Marta
muy interesante lo que planteáis . . siempre intento imaginarme quién está detrás del teclado, si marta o andreu . . me pregunto cómo os organizáis para escribir
yo también soy introvertida y disfruto tanto de la soledad que me descuelgo de casi todos los planes que impliquen horas a las que prefiero estar recogida en casa.
y sé que corro el riesgo de que la gente no me comprenda, de que se lo tomen como algo personal . . pero he hecho el esfuerzo de adaptarme muchas veces y el sufrimiento no compensa.
actúo de acuerdo a mis necesidades esperando siempre la buena voluntad de los demás...
toda la vida me he cuestionado mucho este tema y al final he llegado a esta decisión