Para qué sirven los psicodélicos
¿Estamos, como sociedad, estancados en una crisis de salud mental?
El otro día nos confesaba un amigo que ya no sentía la misma ilusión que antes, cuando era más joven. Había menos cosas que le ilusionaban y las que aún lo hacían eran más tenues y fugaces.
Lo achacamos a la edad, a que aparentemente hemos vivido lo mejor que la vida tenía que ofrecernos (juergas, romances, viajes, festivales…) y hemos obtenido la ansiada estabilidad (un buen trabajo, un hogar en propiedad). Todo lo que queda es la repetición de lo mismo, pero a mayor escala (en vez de tomar el sol en Canarias, lo hacemos bajo un cocotero en una isla en Indonesia) o la búsqueda de algo novedoso y que nos rete (correr una maratón, aprender a tocar el piano…). Muchos tienen hijos a esta edad, bien porque los querían tener desde siempre o bien porque parece que no queda nada más que hacer, que es “lo que toca”, y que ser padres es la experiencia definitiva.
Buscamos volver a mirar la vida con ojos frescos y jóvenes, con la fascinación de un niño. Los niños, para los que la vida es nueva, nos contagian un poco de su ilusión.
Los psicodélicos, como las setas Psilocibe o el LSD, también tienen el efecto de renovar el mundo. Durante unas horas, el mundo parece completamente distinto, aunque en realidad lo único que ha cambiado es nuestra forma de mirarlo.
Entonces, ¿debería tomar nuestro amigo psicodélicos?
Hace unos años habríamos respondido con un rotundo “sí”. Ahora lo matizamos un poco más, porque hay muchos factores en juego.
Aunque, solo para que quede claro, sí aprobamos el uso de psicodélicos.
Si las palabras “vida, libertad y búsqueda de la felicidad” no incluyen el derecho a experimentar con tu propia conciencia, entonces la Declaración de Independencia no vale ni el cáñamo en el que fue escrita. — Terence McKenna
Eso sí, al igual que con muchas otras cosas en la vida, no hay que hacerlo a la ligera y sin tomar precauciones. Si enseñamos a los jóvenes lo esencial sobre el sexo para que no se hagan daño, ¿por qué no hacemos lo mismo con las drogas a las que van a estar expuestos?
En este artículo queremos exponer tanto lo positivo como lo negativo y potencialmente dañino, las luces y las sombras, y para qué pensamos que sirven los psicodélicos.
A nosotros, los psicodélicos, y particularmente las setas Psilocibe, nos enseñaron que el mundo no se limitaba a lo que nos habían contado de él, que había mucho que no conocíamos, especialmente en el ámbito de la consciencia y la espiritualidad.
Esta fue la misma experiencia que tuvieron cientos de miles de jóvenes en los años 60, cuando se popularizaron estas drogas (y muchas otras) y surgió la contracultura del movimiento hippie, que se oponía al estilo de vida consumista y a la guerra. A raíz de sus experiencias con los psicodélicos, muchos hippies se interesaron por religiones orientales como el budismo, que ofrecían mapas de estados alterados de conciencia que se correspondían con mucha precisión con algunos estados que se alcanzaban con los psicodélicos. La gran popularidad que alcanzaron el budismo y la meditación en Estados Unidos a mediados del siglo pasado (y poco después en Europa) se lo deben a los psicodélicos.
Humphry F. Osmond, psiquiatra que en 1967 propuso el término “psicodélico”, dijo de estas drogas:
Ofrecen una oportunidad, tal vez pequeña y breve, para el Homo faber, el astuto, despiadado, temerario fabricante de herramientas, codicioso de placer, para fundirse en esa otra criatura, cuya presencia tan presumiblemente hemos asumido, Homo sapiens, el sabio, el compasivo, en cuya visión el arte, la política, la ciencia y la religión son uno.
Los psicodélicos fueron para muchas personas el catalizador de un cambio en la consciencia y un acercamiento a una realidad diferente a la realidad mundana de trabajar duro para ganar dinero y obtener experiencias placenteras, o simplemente de trabajar para sobrevivir. Descubrieron que la vida era mucho más que eso.
Hay muchísimos precedentes históricos del uso de psicodélicos, e incluso hay quien teoriza que el desarrollo de la conciencia en el Homo sapiens y la aparición del arte rupestre están vinculados al uso de psicodélicos.
El LSD es la síntesis química del principio activo del cornezuelo del centeno, un hongo que se consumía en los misterios de Eleusis en la Antigua Grecia y Roma, antes de que la Iglesia los hiciera desaparecer. En estos misterios participaron grandes filósofos cuyas obras aún hoy estudiamos, como Sócrates, Platón, Aristóteles o Cicerón. En la antigua India se empleaba el soma (una bebida psicodélica de origen desconocido), en la cultura maya se empleaban las setas Psilocibe, los sapos bufo en la olmeca, la Amanita muscaria en Siberia… y aún hoy se usan la ayahuasca en la jungla amazónica, la iboga en Gabón, el peyote en la Iglesia Nativa Americana… La lista es enorme y abarca muchas regiones y culturas diferentes.
Estas sustancias pueden llegar a provocar experiencias que se han catalogado como místicas (aunque algunos expertos distinguen los estados místicos provocados por estas drogas de los alcanzados por el trabajo espiritual).
Hay quien compara los psicodélicos con un cohete que te eleva hasta la cima de la montaña, el lugar que solo alcanzan algunos meditadores veteranos tras muchas décadas de esfuerzo, si es que lo alcanzan alguna vez. Con su ayuda aterrizas en una cima que es calma, lucidez, comprensión, paz mental, alegría, gozo de vivir... y sí, de nuevo, ilusión por la vida. A veces en un grado que no puede compararse con nada que hayas experimentado nunca antes.
Pero no es todo de color de rosa. Nosotros solemos explicar que los psicodélicos desordenan tu estantería mental. Todo lo que tenías bien colocadito en su sitio, los libros categorizados por géneros o por autores o por el color del lomo, las fotografías junto con los souvenirs y los CDs apilados unos encima de otros… todo se va al suelo y te ves obligado a examinarlo de nuevo. Si lo vuelves a colocar donde estaba antes, te haces consciente de por qué lo has colocado ahí, o quizá descubres que su sitio ya no es ese, o que lleva demasiado tiempo en tu estantería, cogiendo polvo, y que no lo necesitas.
Tienen un enorme potencial de autoconocimiento, pero solo si se lo permites. Al igual que un folleto que alguien te ofrece por la calle, tienes que alargar la mano y cogerlo. Si los psicodélicos te enseñan algo, pero tú no quieres verlo, no hay nada que hacer. Por eso se pueden usar de forma recreativa sin que nada cambie dentro de ti.
Cuando se descubrieron los psicodélicos a principios del siglo pasado y hasta su prohibición en 1973, se emplearon con mucho éxito en el tratamiento de diversos problemas de salud mental, como adicciones, estrés postraumático y depresión. Una única dosis grande (unos 5 gramos de setas secas) en un entorno terapéutico y acompañado de profesionales era suficiente para que muchas personas pudieran verse a sí mismas en perspectiva y dieran los pasos necesarios para cambiar. Con una única dosis. No se conoce ninguna otra droga que tenga un efecto similar.
Hoy en día parecen más necesarios que nunca, para los mismos problemas para los que se usaron hace medio siglo. Estamos viviendo una especie de crisis de salud mental por todo el "mundo desarrollado". Se recetan todo tipo de fármacos para intentar aliviarla, pero no parecen estar teniendo resultado. Hay poca prevención y menos aún soluciones para la ansiedad, el estrés, la depresión y enfermedades mentales mucho más graves.
En los últimos años, se han empezado a permitir de nuevo ensayos terapéuticos con psicodélicos, y lo que muchas personas informan de sus sesiones es que la experiencia psicodélica ha sido de lo más significativo y profundo que han vivido nunca. Y esto lo relatan incluso personas de avanzada edad, con muchas experiencias a sus espaldas, y enfermos terminales de cáncer, a los que no les queda mucho tiempo. Algunos psicólogos dicen que seis horas de psilocibina equivalen a mil horas de terapia.
Pero hay que tener muy claro para qué son los psicodélicos.
No son un avance espiritual ni algo que te transforma por sí mismo, sin que tú hagas nada. Cuando el psicodélico te sube a la cima de la montaña, no te permite controlar el viaje ni elegir a dónde vas ni cómo, y cuando se acaba, aterrizas de nuevo en la base de la montaña, en el mismo lugar donde estabas unas horas antes. Si quieres progresar y mejorar tu estado de conciencia, solo puedes hacerlo echando a andar, un paso tras otro, como todo el mundo.
Tampoco deberían emplearlos de forma terapéutica personas que no están preparadas para acompañar a otros, y deberíamos ser muy cuidadosos a la hora de participar en ceremonias y retiros con ellos, así como también de tomarlos por nuestra cuenta si sufrimos alguna enfermedad mental. El reciente reportaje de Carles Tamayo sobre sectas que utilizan ayahuasca y otras sustancias ha levantado mucha polémica, mostrando que en malas manos se puede abusar de los psicodélicos. Hay muchas personas en estados muy vulnerables que acuden a retiros que prometen la solución de sus problemas tomando estas sustancias y acaban creyéndose todo lo que el gurú de turno les dice, perdiendo completamente el contacto con la realidad.
No son tampoco algo con lo que jugar, aunque es cierto que si se toman en pequeña cantidad puedes tener una experiencia simplemente curiosa, divertida, interesante. Puedes pegarte unas risas con tus colegas de fiesta, mezclándolos incluso con alcohol y otras drogas, y que no suceda nada trascendental. Si tomas poco, puedes simplemente disfrutar de los colores, sabores y sonidos potenciados, sin que se te muestre nada que resulte inquietante para el ego.
Sin embargo, las probabilidades de tener un "mal viaje" cuando no estás en un entorno donde puedas tumbarte a descansar cuando te apetezca, con personas de tu entera confianza que estén para ti si lo necesitas, son mucho más altas. No recomendamos experimentar con ellos, al menos no la primera vez, en estos ambientes. A nosotros no nos van bien, aunque hay a quien sí.
Incluso si los tomamos por la experiencia trascendental o terapéutica, no deberíamos hacerlo habitualmente. Como decía Alan Watts, "Si has recibido el mensaje, cuelga el teléfono". Si los psicodélicos te han ofrecido una perspectiva más amplia de tu vida, si has podido ver dónde está el problema e intuido una solución, lo que necesitas es ponerte a trabajar.
Siempre decimos que lo más difícil es la integración. El estado que habías alcanzado tomando psicodélicos se esfuma y es fácil olvidarse de él, incluso si has tenido una experiencia cuasi mística.
El reto es traer al día a día la comprensión que has tenido durante el viaje.
Nuestra manera es intentar traernos siempre algo de cada experiencia. Nos preguntamos qué es diferente de lo normal, qué estamos haciendo que no hacemos habitualmente, en qué nos estamos fijando, qué cosas nos gustan más o menos, si hay algo en nuestra vida corriente que no nos gusta, si ha cambiado el orden de importancia de las cosas...
Por ejemplo, con los psicodélicos nos suele dar por contemplar la naturaleza. Casi todo el mundo cuando vamos al campo de ruta echamos a andar y no nos paramos hasta que llegamos al punto que queríamos llegar, tomamos unas fotos y nos vamos. No nos detenemos a apreciar. En cambio, con los psicodélicos el paseo se hace muy lento, hay infinidad de detalles en los que no nos habíamos fijado nunca, podemos pasarnos la tarde mirando una flor. No nos molestan los pensamientos, simplemente estamos ahí, reconociendo una belleza extraordinaria que solemos pasar por alto.
Nosotros estamos aprendiendo a contemplar sin necesidad de psicodélicos. Nos subimos a la terraza y vemos el atardecer sobre los edificios de la ciudad, escuchamos el canto de los pájaros, observamos las nubes cambiar de forma y reflejar la luz. Sí que nos distraen los pensamientos, pero no nos enredamos tanto en ellos, intentamos estar más presentes y simplemente disfrutar.
De hecho, últimamente cuando vamos al pueblo ya no nos hacemos setas. Recorremos el mismo camino de siempre, sobrios, y reconocemos la belleza sin su ayuda. No es lo mismo, claro, pero sí sentimos que se ha producido un cambio en nosotros. Pasear por el campo y conectar con la naturaleza es un viaje en sí mismo.
Cada vez estamos más presentes por nosotros mismos. Poco a poco la realidad recupera su frescor, su vitalidad, su misterio.
Con la edad no tiene por qué perderse la ilusión por la vida; de hecho, en nuestro caso cada vez sentimos más ilusión, de una manera diferente de cuando éramos niños o jóvenes. En aquella época la ilusión la sentíamos por aquellas cosas que nos habían dicho que era la vida: viajes, juergas, festivales, romances, un trabajo significativo, una casa propia... En términos budistas, nos deslumbraba el "brillo de samsara", las cosas que prometen una felicidad duradera, pero que son solo estímulos puntuales, picos de placer seguidos de abismos de dolor o, más comúnmente, valles de aburrimiento. No es que seamos inmunes a todo esto ya, ni mucho menos, pero no nos atrapa tanto. Valoramos más otras cosas, somos felices sin una razón aparente.
Ahora la ilusión la sentimos por las pequeñas cosas, por la inmensidad de lo que desconocemos, por la sacralidad de la vida.
Esta ilusión renovada se la debemos primero a los psicodélicos, que nos enseñaron que hay mucho más ahí fuera de lo que nos han hecho creer, y después, pero en el mismo nivel de importancia, a la meditación, que es lo que nos permite estar cada día más presentes e integrar lo que los psicodélicos nos han enseñado y continúan enseñándonos.
En este mundo de quererlo "todo ya" y de conseguir resultados con el menor esfuerzo posible, ¿para qué voy a dedicar años de práctica a la meditación cuando puedo visitar la cima cuando quiera, impulsado por el cohete de los psicodélicos?
La respuesta es que el objetivo no es la cima, sino el camino que recorres hasta ella. En nuestra opinión, los psicodélicos sirven para inspirarnos y enseñarnos lo que podemos llegar a lograr. También para mostrarnos dónde nos hemos quedado atascados, qué patrones mentales, obsesiones, adicciones, relaciones tóxicas, etc. nos impiden avanzar. Pero no nos libran de ellas: ese trabajo lo tenemos que hacer nosotros. Pueden enseñarte el camino, pero lo tienes que recorrer tú.
La pérdida de la ilusión en aquellas cosas que antes nos atrapaban es natural. Si examinamos esa ilusión de cerca nos damos cuenta de que queríamos que algo temporal y fugaz nos diera una satisfacción total y duradera.
Sin embargo, la ilusión que no debería perderse (y que queremos cultivar) es el amor por la vida, el fuego interior, disfrutar el presente sin prestar tanta atención a la mente siempre preocupada por el pasado o el futuro.
Los psicodélicos nos redescubren el goce del aquí y ahora y la meditación nos permite volver a él una y otra vez. Los primeros nos enseñan lo que podemos llegar a lograr y lo otro es la herramienta mediante la cual nos adueñamos de nuestra mente y habitamos intensamente el presente, cada vez más conscientes y despiertos.
¡Por cierto!, estamos elaborando una lista de preguntas frecuentes sobre los psicodélicos que irá actualizandose con el tiempo.
Gracias por leernos,
Marta y Andreu