En la newsletter anterior hablábamos de cómo la agricultura que venimos haciendo desde hace 11000 años es destructiva, entrópica, y cómo podemos adoptar otra agricultura que funciona en armonía con la naturaleza. Pero la ecuación también funciona al revés. Hoy te compartimos algunos principios de agricultura sintrópica para aplicar a nuestra vida.
El tercer día en la Estación Agroecológica de Vieiro (EAV, @proyectodispersor), Jaime nos dijo que íbamos a hacer una línea agroforestal. Que iba a ser una jornada larga y que si estábamos preparados. Dijimos que sí, claro.
Lo primero que nos puso a hacer fue podar unas matas de pera-melón que estaban invadiendo la futura línea. Había que despejar y hacer camino. Hoz en mano, cortamos y cortamos, destruyendo con mucha pena una de nuestras plantas preferidas.
Después Jaime pasó por nuestro lado con el motocultor, el arado moderno. Una máquina que rompe la tierra, cava surcos y destruye la fauna y flora por donde pasa. Tan rápido que no te da tiempo a sentir pena alguna.
La siguiente tarea era arrancar todas las raíces para que las mentas, ortigas y gramas no volvieran, haciendo especial énfasis en el pasto. Nos arrodillamos y empezamos a sacar tiras y tiras de raíces blancas e inocentes.
Pero, Jaime, ¿no habíamos venido a hacer sintrópica? ¿Por qué estamos destruyendo todo esto?
Primer principio sintrópico: destruir para construir.
La vida y la muerte van de la mano. Podamos, rompemos, e incluso arrancamos para favorecer el siguiente nivel de la sucesión natural. Toda esta materia vegetal, dejada caer al suelo, aporta alimento para el microbioma. Y la drástica intervención con el motocultor solo se hace una vez; a partir de ese momento, la línea agroforestal se sostiene por sí misma.
En nuestra sociedad moderna la destrucción no construye nada. Acumulamos basura en vertederos. Matamos insectos porque nos molestan. Podamos los olivos y quemamos su valiosa materia orgánica. Morimos y nuestros cuerpos se incineran sin aportar a nada. ¿Y si lleváramos nuestra mirada un poco más lejos, a lo que podemos construir con lo que destruimos?
Jaime nos lleva por una senda entre frondosas palmas, esquivando una maraña de calabazas que reptan por el suelo y se suben a los árboles. El camino se vuelve cada vez más complicado. Andreu se desvía a un lado, por donde crece la menta y la ortiga.
"¿Qué haces, macho? No pises el verde", le dice Jaime. Es del norte y a veces tiene formas de decir las cosas que a los valencianos nos sobresaltan. "La fotosíntesis es sagrada".
Segundo principio. La fotosíntesis es sagrada.
Observa dónde estás pisando: fuera del camino hay plantas que están realizando la imprescindible y misteriosa transformación de energía en materia. Sin ellas no existiríamos. Cuidado con las tijeras, fíjate bien en lo que cortas. Ese roble que no alcanza ni un palmo ha tardado un año en asomar la cabeza. Cuando repartas la materia orgánica, asegúrate de que no cubres sus hojas. Sin sol, morirá, y nunca llegará a convertirse en el majestuoso roble bajo el cual descansas en tu trek por la montaña, ese árbol que ha dado alimento a generaciones de jabalís y cobijo a tantos pájaros que si echasen a volar todos a la vez oscurecerían el cielo.
La vida es sagrada. Vida humana, animal o vegetal. ¿Cómo sería el mundo si no destruyéramos innecesariamente y solo tomáramos lo que necesitamos, si volviéramos a sentir reverencia por todo lo que crece?
Jaime nos enseña una de las zonas limítrofes de la finca, una pendiente pronunciada que linda con los pulcros campos de sus vecinos, césped y algún manzano solitario. Todos los días se escuchan las desbrozadoras hacer su trabajo de contener a la vida. Mientras pasamos por las líneas agroforestales más jóvenes, Jaime va podando los escuálidos sauces y eucaliptos, algunos de los cuales no nos llegan ni a la cintura.
"¿No son muy pequeños estos?", pregunta Marta.
"Por eso mismo. Hay que darles un impulso", dice mientras le corta la "cabeza" a un ricino y la echa al suelo. Comida para los microorganismos, igual que las ramas y hojas de eucalipto que pisamos al pasar.
Tercer principio. Los disturbios dan impulso a la vida.
El viento y los animales grandes podan y derriban. Los herbívoros siegan el pasto. Algunos árboles, como los pinos, se reproducen tras un incendio. Cuando abrimos un claro en el bosque, donde entra la luz surgen con fuerza nuevas especies que revitalizan el sistema. La agricultura sintrópica juega con los disturbios, podando lo necesario para estimular al árbol y para que entre luz en los estratos inferiores.
Aplicado a la vida humana, los disturbios pueden provocar dos cosas: trauma o resiliencia. En la zona de confort, envejecemos sin aprender nada y nuestra energía se estanca. Una pequeña poda (un conflicto, una pérdida, un cambio) de vez en cuando nos revitaliza —¡pero, cuidado, una poda masiva puede destruirnos!
Con el paso de las semanas vamos familiarizándonos con el terreno. Hay tantas líneas, y tan diversas. Nuestro ojo no está acostumbrado a tantas especies juntas. Seamos del norte o del sur, del este o del oeste de la península, nuestros campos se parecen todos en una cosa: una sola especie domina. Y cada año nuestros agricultores pasan una o dos veces a arar la tierra y echar pesticidas, no vayan a aparecer las temidas "malas hierbas".
En las líneas agroforestales se entremezclan decenas de especies. Responden a un diseño bien planificado en el que cada especie suma a las demás. Algunas están especializadas en fijar en el suelo el nitrógeno que necesitan las plantas, otras en descompactar la tierra para que las raíces de otros árboles penetren más profundo, otras en atraer polinizadores. La mayoría cumplen varias funciones a la vez.
De hecho, un buen diseño no solo suma, sino que multiplica. Hay cientos de ejemplos. En un estudio en una zona semiárida brasileña, en los tradicionales monocultivos de ricino se introdujeron hortalizas, frutales y árboles para madera. El policultivo aumentó la producción del ricino en un 60%. Los agricultores, que estaban en situación de carestía total, de repente tenían más abundancia de la que podían manejar, de ricino y de muchas otras plantas.
Hay algunos casos en que las especies compiten, claro que sí, pero depende de muchos factores. Si se respeta la estratificación y la sucesión ecológica, cada planta aporta a la totalidad del sistema y sale mucho más beneficiada que si estuviera sola.
Cuarto principio. Cooperación y ayuda mutua.
La lección de vida que podemos aprender de este principio sintrópico está clara, ¿verdad?
Después de dos horas agachados el cuerpo nos pide un descanso. Muy cerca tenemos los pera-melones, que son como agua dulce. Buscamos bajo las matas y vemos un par con agujeros que han hecho las hormigas y uno con un buen bocado. El cuarto pera-melón satisface nuestras expectativas y nos sentamos a comérnoslo bajo un eucalipto. A nuestro lado hay una col enorme por la que trepa un caracol a buscar su comida. Cogemos un par de hojas para la cena, dejándole al caracol la suya.
El sistema agroforestal de Jaime no es inmune a los insectos ni a los animales. De hecho, los cría. Esa col agujereada nos da de comer a nosotros y a los caracoles por igual. Y los caracoles dan de comer a los pájaros. Y los pájaros, a las gatitas que se pasan el día durmiendo en el viejo sofá del porche.
Aunque hay insectos, no suele haber plagas. Tampoco enfermedades. Pero cuando las hay, es por algo. Las plagas y enfermedades son el resultado de un desequilibrio en la planta, porque ha llegado al final de su vida o tal vez porque le faltan algunos nutrientes esenciales. Esto hace que la planta empiece a producir azúcares libres, que son la comida ideal para insectos y otros patógenos, señalizando al ecosistema que hay algo malo en ella.
En agricultura sintrópica dicen que las plagas son "agentes de optimización de los procesos de la vida". Si algo está mal, entran en escena para procesar a la planta. Destruyen para construir.
Quinto principio. Las enfermedades son resultado de un desequilibrio interno.
Somos naturaleza, experimentamos los mismos procesos que ella. Un cuerpo sano (en una planta o una persona) está preparado para defenderse de casi cualquier patógeno. Las enfermedades crónicas son resultado de un estilo de vida sedentario, comida proinflamatoria, estrés… Y las infecciosas también nos tumban fácilmente en estas condiciones de desequilibrio.
En sintrópica y en permacultura nos dicen que observemos atentamente. ¿Qué nos están diciendo las enfermedades que experimentamos en nuestro propio cuerpo?
La primera línea agroforestal que implementamos con Jaime fue un tragozo. Más "tra" que "gozo", la verdad, porque estábamos flojos y acabamos molidos. El trabajo de las siguientes semanas fluyó mucho más rápido y no nos dolió la espalda después.
Estas seis semanas de trabajo como voluntarios en la EAV han sido un entrenamiento para el cuerpo, pero sobre todo para la mente. Hemos aprendido mucho de nosotros mismos, como siempre. Nos hemos dado cuenta de que aunque decíamos amar a la naturaleza y querer vivir en armonía con ella, nos falta mucho para llevar ese amor a la práctica.
Después de cuatro años, Jaime no deja de fascinarse con la producción de biomasa de sus eucaliptos y sauces, con los arbolillos que descubre saliendo espontáneamente, con la cosecha del maíz multicolor (la primera que no arruina el jabalí), con la velocidad a la que crece todo, con la belleza…
¿Te imaginabas que podíamos aprender tanto de la naturaleza?
Para nosotros también está siendo fascinante. Salimos agradecidos y llenos de entusiasmo, con ganas de visitar otros proyectos de sintrópica, esta vez en el mediterráneo, y de volver en un tiempo a la EAV y ver cómo ha crecido todo, cómo ha crecido Jaime y cómo hemos crecido nosotros.
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
Me gustó muchísimo leer este escrito 🫀✨
Me parece increíblemente importante hablar de estos procesos y que no sólo los honremos sino que verdaderamente los comprendamos, gracias por este hermoso espacio.
Me encantó vuestra experiencia y como la contáis! se aprende mucho :)