Tener un “atormentor” es un regalo
Tener a alguien que te active es un regalo (cuando tienes herramientas para lidiar con ello).
Estas dos semanas en Idanha-à-Vida (un proyecto de rewilding en Idanha-à-Velha, Portugal) pensábamos que iban a ir de aprender sobre gestionar la transición de monocultivo de eucaliptos a bosque autóctono, pero al final los aprendizajes han ido por otros derroteros. Ya no nos extraña. Lo raro sería que por una vez lo que pensamos que vamos a aprender sea lo que acabamos aprendiendo.
El aprendizaje ha ido de conflictos, y de cómo la pareja no está (solo) aquí para traernos la paz que tanto anhelamos, sino más bien todo lo contrario. (Bueno, en ocasiones también nos trae flores.)
“Gracias por reflejarme mis mierdas”.
Andreu entra por la puerta de la mobile home de quince metros cuadrados en la que hemos vivido, prácticamente solos, estas dos semanas. Marta le saluda desde el dormitorio con las piernas en posición de loto y dolor de espalda.
La frase la podría haber dicho cualquiera de los dos. No es la primera vez que la decimos, ni será la última.
No recordamos cuál fue el conflicto que hizo saltar la chispa. A menudo no hace falta casi nada. Una frase en un tono discordante, una palabra desafortunada, un chiste a destiempo o una ausencia que nos ahoga como si succionara el aire de la habitación.
No es lo que el otro dice, sino cómo lo dice.
No, tampoco es eso. Cómo lo dice, la energía que tiene, activa algo en nosotros, pero solo activa lo que está latente. La chispa solo prende fuego cuando entra en contacto con material combustible.
La otra persona solo es un espejo.
Pero eso ya lo habías escuchado antes, ¿verdad?
Saberlo no sirve de mucho consuelo. Puede que incluso te moleste, te haga sentir culpable o te frustre porque no sepas qué hacer con ese espejo que te ponen delante.
“Vale, lo veo (veo mi exigencia, mi inseguridad, mi herida de apego, mi miedo, mi dependencia…). ¿Y ahora qué?”
Dicen que ver el problema es la mitad de la solución, pero hemos aprendido que después de verlo aun queda mucho trabajo interior para sanarlo.
Cuando vemos, aunque sea de reojo, algo incómodo en nosotros, solemos usar tres estrategias: una es echarle la culpa al otro, otra es cargarnos nosotros con ella y flagelarnos y la última es distraernos con lo que sea que atrape nuestra atención y nos ofrezca placer inmediato (comer chocolate mientras scrolleamos memes absurdos).
El trabajo interior se llama trabajo por un buen motivo. Ponerse a ello no apetece, puede que salgan cosas desagradables, consume energía. Pero el resultado merece el esfuerzo. Es, de hecho, lo único que hace posible el cambio, dentro de nosotros y en la pareja. Es lo más potente que hay, es mágico, es milagroso. No se nos ocurre trabajo exterior equiparable. ¿Construirte tu propia casa? ¿Escribir un libro? ¿Ir a la luna?
Y es un trabajo individual. Se nos socializa para creer que nuestra pareja está aquí para salvarnos, para complementarnos, para arrojar luz a nuestra oscuridad, para ponernos las cosas fáciles…
Ese es el ideal inculcado por el amor romántico. Un ideal que se da de bruces una y otra vez con la realidad.
Nuestra pareja no está aquí para salvarnos, sino para mostrarnos lo que necesitamos sanar en nosotros mismos.
Entonces, ¿tenían razón nuestras abuelas? “¿Quien bien te quiere te hará sufrir?”
¡No!
¿O sí?
Quizá había cierta sabiduría escondida en esos proverbios que hoy nos parecen rancios...
En el tantra se ve a la pareja como un compañero de vida que está aquí tanto para acompañarnos como para retarnos. A través de las interacciones profundas e íntimas que tenemos con la pareja se nos ofrece la oportunidad evolucionar espiritualmente. La persona con la que nos vinculamos tiene un karma complementario al nuestro: su poder de sacarnos de quicio no es por casualidad.
En IFS (Internal Family Systems) hay un término para hablar de esta función que suele desempeñar la pareja (pero no exclusivamente ella): tor-mentor, “atormentor”, alguien que nos atormenta y nos mentorea al mismo tiempo.1
“Gracias por reflejarme mis mierdas”.
Creemos recordar que fue Andreu quien dijo la frase en esta ocasión. Su voz era suave y a la vez firme. Traía un ramo de flores que había cortado de lo que crecía salvaje en la vereda del río. Llevaba un par de horas fuera, solo con sus demonios, hasta que había hecho las paces con ellos y abrazado a los niños heridos a los que protegían con tanta fiereza.
Entre tanto, Marta había hecho su propio viaje interior, meditando, visitando escenas de la infancia y la adolescencia, reconociendo las heridas que aún latían como si no hubiera pasado el tiempo, y aliviándolas para que curaran por fin. Respondió a Andreu y al ramo con una sonrisa.
¿Y si el sufrimiento del que nos hablaban nuestras abuelas se refería a esto?
No, creemos que tampoco es eso.
Tener a un compañero que te active es un regalo. Pero hasta que no lo ves como un regalo, rechazas lo que te ofrece y sufres innecesariamente, largo tiempo. Nuestras abuelas tenían fama de sufridoras por algo (y también ellos, los abuelos, a su manera). La relación traía patrones destructivos a la vista, pero ninguna de las dos partes se responsabilizaba de ellos.2 Tampoco tenían herramientas para hacerlo. Ni siquiera podían ver lo que estaba pasando.
No podían ver, como vio la princesa del cuento, al príncipe escondido en el disfraz de rana. O quizá solo tuvo fe. En cualquier caso se lanzó a besarlo.
La rana es la emoción desagradable y a menudo abrumadora que despierta en nosotros algo que ha hecho el otro. El príncipe es lo que descubrimos cuando nos quedamos con la emoción, encontramos su origen y liberamos el dolor que había enquistado de mucho tiempo atrás.
A diferencia de lo que ocurre en el cuento, que finiquita el tema del beso en una o dos frases, en la vida real te estás morreando con un bicho viscoso y posiblemente ponzoñoso que tampoco está muy entusiasmado con tus sobeteos. Que te reflejen tus mierdas no es agradable. Ir a dentro del pozo no es divertido.
Pero el regalo bien vale besar la rana.
Con gratitud por estas dos semanas de conflictos y por tener las herramientas con las que afrontarlos con amor.
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
Justo esta semana nos ha caído del cielo el libro You’re the one you’ve been waiting for, de Richard Schwartz, en el que desarrolla este concepto del tor-mentor y ofrece una guía sobre cómo transformar el conflicto en una oportunidad de sanación. Súper recomendable.
Recordamos que una cosa es hacerse cargo de las proyecciones que haces en el otro y otra es no saber poner límites. Hay patrones tóxicos (abuso, maltrato, etc.) que, además de verlos y hacer el trabajo interior para no repetirlos con otra pareja, también requieren poner distancia con la otra persona, por nuestra propia salud mental y seguridad
👏👏👏
Gracias por compartir también esta parte del viaje. Una de esas capas de información que solemos excluir pero de la que tanto podemos aprender. ¡Apuntado el libro!