Nunca volveremos a comer una tarta de chocolate como aquella.
La receta es aparentemente fácil de reproducir: 500 g de chocolate del 85%, 400 ml de leche de coco, 200 g de dátiles deshuesados, unas cucharadas de mantequilla de cacahuete, 200 g de nueces y ya. Derrites el chocolate y le añades la leche de coco con la mantequilla, bates bien. Por otro lado, cortas muy pequeñas las nueces y los dátiles y lo mezclas para usarlo de base. Sobre la base viertes la crema y a reposar de seis a doce horas en la nevera.
Más sencillo imposible. Tenemos los ingredientes y nos tienta probar a hacerla de nuevo, pero sabemos que no será igual. Estará buenísima, pero no será aquella tarta de chocolate.
La tarta que hizo Henry la madrugada del Viernes Santo, a oscuras, mezclando a tientas los ingredientes, aplastando con cuidado las nueces dentro del paquete para no hacer ruido y despertar a Helena, que intentaba dormir en el dormitorio de voluntarios, batiendo la crema con tanto ahínco que parecía que alguien se estaba masturbando en el comedor, y los demás riéndonos como hienas o como bocinas de bicicleta antigua, retorciéndonos por el suelo. Imposible que Helena no se despertara, pero aun así y por cortesía Henry no quería usar la batidora. El último condicionante, un cartón de LSD que creíamos caducado pero que luego nos demostró que el tiempo es una ilusión y que la caducidad es un concepto meramente humano.
Esta primera imagen puede haceros pensar que nos lo pasamos muy bien, y de hecho nos lo pasamos muy bien una parte del tiempo. La otra parte fue difícil, un poco siniestra, un cataclismo emocional y energético. Quizá fuera el día: Viernes Santo, la crucifixión de Jesús. La noche más larga que hemos vivido nunca. Perdimos la noción de la vida tal y como la conocíamos hasta el momento. Dudamos de que algún día esa vida volviera.
Fue una ordalía de la que no vamos a hablar aquí porque no hay palabras para ello y porque hemos entendido que ciertas lecciones no pueden difundirse a cualquiera y de cualquier manera. Hay aprendizajes que no se pueden tuitear, no se pueden convertir en reels ni acompañar de un bailecito para subir a TikTok. Ni siquiera se pueden escribir, y eso que la escritura es nuestro bastión sagrado.
Al poner estos aprendizajes por escrito pierden toda su potencia. ¿Habéis visto alguna de esas entrevistas a hippies puestos hasta arriba de psicodélicos en algún festival? Suelen decir cosas como "Todos somos uno", "El amor es la fuerza más poderosa" o "El bien y el mal no existen". El entrevistador les mira extrañado, con un punto desdeñoso, y les sigue haciendo preguntas que dan respuestas igualmente insatisfactorias, trilladas, triviales.
Resumir la ordalía en una frase no sirve de nada. Ni siquiera sirve que os relatemos las visiones y los mensajes, cómo vimos el origen de la vida y la multiplicidad infinita de los mundos. Cómo la Realidad se mostraba más auténtica a través del LSD que esto a lo que hemos vuelto y que es la ilusión, el māyā budista.
Lo único que sirve es llevar lo que hemos vivido cerca del corazón y hacer honor a esa comprensión. Lo que sirve es continuar las prácticas de meditación y trabajo energético. Lo que sirve es recordar las certezas internas cuando lo externo se tambalea: saber que incluso cuando estás solo tienes todo dentro de ti. Tu luz nunca se apaga.
La ordalía de aquella noche nos recordó que éramos luciérnagas, y que debíamos no perder de vista que los demás también lo eran. Saber que debajo de todos los velos, propios y ajenos, existe una fuente inagotable de luz, incluso en aquellas personas tan envueltas en oscuridad que solo traen sufrimiento a los que les rodean. Incluso ellas solo buscan conectar.
Pero volvamos a la tarta de chocolate.
Acababa de amanecer, había salido el tercer doble arcoíris que veíamos esa semana, el LSD estaba, al fin, bajando… Era el momento.
Henry sacó la tarta de la nevera. Esa tarta que había batido a oscuras y tratando de que nuestros aullidos de risa no le desconcentraran. La sirvió ceremoniosamente en cuatro platos. Nos metimos en la boca un pedazo de aquel sacramento de chocolate y coco.
Andreu no había llegado a masticar aún cuando rompió a llorar. Lloró como nunca lo había hecho (es un hueso duro de roer y además suele ser Marta quien llora por los dos). Explotó. Le corrían las lágrimas por las mejillas. "That's the best cake I've ever had, man" ("Esta es la mejor tarta que he probado nunca, tío"). Seguía llorando mientras masticaba despacio. "You've got magic in those hands. It's not the ingredients, it's your hands" ("Tienes magia en esas manos. No son los ingredientes, son tus manos.")
Lloraba porque era maravilloso y porque era terrible, el placer era sufrimiento y el sufrimiento era placer, a la vez y al mismo tiempo, una explosión indescriptible en la que el Todo estaba concentrado en un bocado. El chocolate, supuestamente Fair Trade, había sido obtenido con dolor. La leche de coco, de alguna megaplantación en Filipinas o Indonesia que paga salarios ridículos a sus trabajadores. Los dátiles, regados con agua cada vez más escasa. Las nueces californianas, provenientes de monocultivos a tope de pesticidas y fertilizantes.
Goce y sufrimiento. Todo tiene un coste. Para alimentarnos, quitamos vida. Nuestro placer es dolor en algún lugar.
"¿Te imaginas que pudiéramos hacer esto con algarrobas y bellotas?" Marta, siempre imaginando un futuro mejor. Pensaba en huertos sintrópicos y en especies clímax que dan de comer en abundancia y no requieren tanto trabajo.
Pero incluso así siempre habrá cierta medida de sufrimiento.
Llevamos unos días en Finca Petirrojo (Cáceres), manejando líneas agroforestales. Para introducir nuevas especies que aceleren la sucesión ecológica estamos arrancando grama, tréboles, correhuela, avena loca, malva, cerraja y muchas otras.
Para poder construir hace falta estar dispuesto a destruir. Para que haya placer tiene que haber dolor. Y estamos seguros de que esa tarta de chocolate no nos habría sabido a cielo si no hubiéramos pasado antes por el infierno aquella madrugada del Viernes Santo.
El Domingo de Resurrección lo pasamos durmiendo, comiendo y escribiendo, intentando integrar todo lo aprendido. Nos llevará aún meses. Sentimos que ha sido un empujón, una "actualización del sistema" forzosa pero necesaria, que nos ayudará a realizar nuestra misión, sea la que sea, a favor de la vida.
Una de las lecciones que más se nos ha grabado es la de la impermanencia. Aquella tarta de chocolate fue única, y aunque intentásemos repetirla, no sería igual. Volver a Spirala o a TDF no será igual. Volver con nuestros mejores amigos al Liquicity, nuestro festival preferido, después de tres años, no será igual. Volver a Valencia (¿a casa? Ya ni siquiera sabemos si es "casa") no será igual.
Así que disfrutemos plenamente cada bocado. Metámonos en la boca ese trozo cremoso y con una base crujiente y dulce y paladeemos con deleite. No desviemos la mirada al futuro y a la siguiente porción de tarta. Estemos aquí y ahora con esta y con todo lo que tiene que ofrecernos.
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
PD: Por si acaso, nunca está de más recordar que no recomendamos tomar psicodélicos de cualquier manera y sin tomar ciertas precauciones. Creemos que son inmensamente poderosos, pero por eso mismo son también potencialmente destructivos si carecemos de una psique robusta. Si queréis experimentar, hacedlo acompañados de profesionales o de psiconautas veteranos y capaces de sosteneros con amor. Para nosotros este trip fue especialmente potente y damos gracias de que Henry estuviera con nosotros, pues fue él quien nos ayudó a salir de ciertos bucles que estaban haciendo nuestra experiencia más difícil de lo necesario. Si os apetece leer más sobre psicodélicos, aquí tenéis este post (Para qué sirven los psicodélicos) y este otro (Preguntas frecuentes sobre los psicodélicos).
Me encantaría que escribieseis más sobre esto. Fue a través de vosotros como descubrí que los psicodélicos pueden tener un uso tan potente y cargado de trascendencia.
Para mí las drogas siempre han sido algo que me aterroriza y me he mantenido siempre muy lejos de ellas. No creo que fuese capaz de probarlas ni siquiera sabiendo que me pueden traer algo realmente valioso.
Por eso me gustaría muchísimo que pudieseis compartir vuestra experiencia, qué os ha traído de valor, ya que no tengo el coraje para vivirlo en primera persona.
Esas frases manidas de "Todos somos uno" o "El amor es la fuerza más poderosa" me las encuentro en libros de budismo o zen, temas que me están interesando muchísimo últimamente y sobre lo que quiero seguir aprendiendo todo lo que pueda.
Creo que si accediésemos al fondo de esas frases y pudiésemos vivir de acuerdo a ellas seríamos tan "felices" como los animales. Cada vez veo más claro que la mente es nuestra trampa, aunque al mismo tiempo nos resulte imprescindible.
Uf! Vaya viaje de carta! (y no lo digo por el chiste fácil...). Se me ha quedado la mirada perdida tras leeros, con tantos sentimientos y pensamientos a la vez...
Me ha encantado todo, la reflexión sobre la impermanencia, la concienciación sobre el coste en dolor (inevitable al 100%) de todo lo que consumimos, imaginarme lo rica que debió de estar esa tarta (me quedo con la receta!), los atisbos místicos, y las lágrimas de Andreu.
Todo hermoso, significativo, y profundo.
Gracias!