El apagón ha abierto la puerta a muchas conversaciones, casi todas basadas en el miedo. Hoy queremos proponerte una diferente inspirada en un principio de la sintropía: el placer interno.
La permacultura nos dice que, en la naturaleza, una función importante no depende de un único elemento. La polinización no la realizan solo las abejas: también las mariposas, los escarabajos, incluso los murciélagos; las semillas las dispersa el viento, el agua, el aire y los animales; el oxígeno no depende solo de los árboles: las algas, de hecho, tienen un papel aún más importante.
Una función esencial necesita muchos sistemas interconectados que la sostengan. Esa es una de las claves de la resiliencia.
El apagón del lunes pasado nos enseña lo poco resilientes que somos como sociedad, lo alejados que estamos de los principios de la naturaleza. También nos enseña que estamos, lo queramos o no, interconectados: tirando de un hilo débil se puede rasgar toda la red. Qué rápido puede llegar el Colapso, y de qué manera tan banal. Se va la luz y todo se tambalea.
Se ha hablado mucho de independencia estos días. Independencia del Estado, de la red eléctrica, del sistema de producción alimentaria, de Internet… Se están teniendo conversaciones necesarias sobre temas de los que nos vienen alertando los expertos de muchas áreas (energía, suelos, alimentos, clima…) desde hace décadas. Los preppers nos comparten vídeos de sus mochilas de supervivencia, listas desde el COVID (o de sus búnkers).
No vamos a añadir más en este sentido. Muchos ya lo sabemos, ¿verdad? Que somos dependientes de un sistema frágil. Esto nos despierta miedo.
El miedo es una emoción poderosa. Útil también. Es un motor eficaz en situaciones de emergencia, cuando hay que actuar rápido (si se cruza un jabalí en la carretera, prende fuego un paño en la cocina, empieza a subir el agua por las calles de tu ciudad…).
Pero el miedo no puede ser el motor que cambie nuestra sociedad. Ni lo va a ser. La adrenalina no se sostiene mucho rato. El tiempo de reacción pasa. Pasado ese tiempo y si no hay nada que podamos hacer porque la situación es demasiado grande y compleja, el miedo acaba instalándose en nuestras entrañas y paralizándonos.
Además, nuestra respuesta a algo así de grande no puede ser una reacción automática. Lo que nuestro mundo en declive necesita es acción premeditada. Acción asentada en la contemplación, en la consciencia, en el amor.
Acción inspirada por el placer interno: en hacer lo que te gusta naturalmente. (Lo que requiere, primero, que descubras qué es lo que te gusta, una intuición que hemos ido acallando a través de las obligaciones y la disciplina mal entendida).
No se puede dejar la ciudad y tirar al campo a montarse un huerto autosuficiente por miedo. Y si lo intentas, estamos seguros de que los tomates te van a salir bastante feos. Y de que vas a tirar la toalla enseguida, porque las cosas del huerto van a otro ritmo, demasiado lento para nuestras mentes occidentales hiperestimuladas.
(Aunque a lo mejor durante el proceso de montar ese huerto descubres que es una actividad dura pero gozosa, y el miedo deja paso al placer de cuidar de la vida.)
La agricultura sintrópica dice que los humanos, al igual que todos los otros seres vivos, realizamos nuestra función en el ecosistema movidos por el placer interno. Cuidar de las plantas nos da placer.
Y si eres de esos a los que no les da placer (o se les mueren todas), no te preocupes, nosotros también lo fuimos. Lo que se interpone es el estrés, la mentalidad productiva, la agitación mental, la saturación de dopamina. (Pero esto da para otra newsletter, quizá en otra ocasión).
¿Sabes qué suele darnos placer a todos, incluso cuando estamos saturados mentalmente?
Romper cosas.
En sintrópica lo llamamos “acelerar procesos”. Quebrar y hacer pequeñitas las ramas muertas, arrancar hierbas, podar. Quién lo iba a decir: la destrucción no es solo cosa de niños. Como adultos aprendemos a convertir la destrucción en algo regenerativo: procesar para aumentar la fertilidad.
En la newsletter que iba a salir esta semana hablábamos de lo placentero que ha sido trabajar en la agroforesta de nuestra amiga Aitana, y además hacerlo en comunidad, con dos amigos más que nos visitaron.
Nos pareció que no era el momento de publicarla ahora (si no pasa nada, la semana que viene la enviamos!). Aunque quizá, bien mirado, sí que lo fuera. Necesitamos recordar que la revolución será placentera o no será (de esto escribimos en una newsletter anterior). Que, si el Colapso llega, nos pille haciendo lo que nos da placer.
El apagón nos pilló en Idanha-à-Vida, un proyecto que visitamos en junio del año pasado. Hemos vuelto para ayudarles durante su festival ecológico Pela Terra. Cuando sucedió estábamos regando en el invernadero y trasplantando unas consueldas (Marta) y pasando la desbrozadora (Andreu). Pasándonoslo bien, vaya.
La comida, para más de treinta personas, se sirvió en la antigua vaquería, en cuatro mesas largas de madera. Se sirvió fría porque el horno había dejado de funcionar, y volvimos a comer demasiado porque estaba todo muito bom (esto es casi el único portugués que sabemos).
Por la tarde nos fuimos a reencontrarnos con uno de nuestros escondites de meditación, frente al río, bajo un antiguo puente romano. "Sintropizamos" un sauce muerto (lo destruimos y dejamos a ras de suelo para que se descompusiera) e hicimos uno de los ejercicios de respiración tántricos que nos ha enseñado Henry para sublimar energía estancada. Llevábamos un rato sintiéndonos agobiados sin saber por qué.
A la vuelta anochecía y aumentó el agobio, mezclado con ansiedad y un poco de jaqueca. Salvo por la sopa fría, en Idanha todo estaba normal. Pero supimos que no lo estaba en otros sitios, especialmente en las ciudades. Allí el miedo estaba empezando a burbujear, como una olla a fuego lento. Nos imaginábamos cómo sería ir a comprar y no poder pagar con tarjeta; viajar en metro y tener que abrir las compuertas de emergencia para salir andando por los túneles; o el caos de aterrizar aviones en un aeropuerto sin torre de control.
Cuando bajó el sol, lo único que podíamos hacer era estar. No cenamos: nos bebimos a oscuras una infusión de menta recogida del huerto. Después nos sentamos en la cama a meditar. Llevamos la conciencia de la energía (toda esa ansiedad y agobio) hacia el centro de nuestro pecho. Visualizamos la luz inextinguible que habita allí. Disolvimos el miedo que estaba empezando a atenazarnos el corazón (¿Y si la luz no volviera nunca?). Transmutamos ese miedo y trajimos en su lugar confianza. Igual que en el trip de LSD de hace unas semanas, recordamos que la oscuridad de la noche siempre da paso a la luz del amanecer. Confiamos en que la luz (la electricidad) volvería.
Volvió. De golpe se iluminó toda la casa (habíamos dejado pulsados los interruptores). Fue un estallido y una confirmación clarísima para nosotros: en tiempos de miedo y oscuridad, lo más importante que podemos hacer es no dejarnos arrastrar por el maremágnum emocional y sostener nuestra propia luz.
Y confiar en que lo que hacemos movidos por el placer —ese placer interno que nace de cuidar nuestras necesidades profundas— es, de algún modo, también lo que este mundo necesita.
¿Y tú, qué es lo que haces movido por el placer interno? Te leemos.
Gracias por leernos,
Andreu y Marta
Al igual que la pandemia, el apagón nos ha dejado mucho sobre lo que reflexionar. El 99% de la gente volverá sin más a lo que había antes...pero el 1% restante somos los que removeremos conciencias.
Gracias por traer este tema que me parece vital para motivar un cambios desde el placer, y no desde el sacrificio o la culpa que suele ser el discurso más difundido.